Elecciones

Seguiremos informando

El primer cordón sanitario de nuestra democracia lo propuso hace muchos años el tripartito en Cataluña con el pacto del Tinell. Por aquel entonces, el íncubo a expulsar del espacio político era, según ellos, el Partido Popular. Ahora, en Castilla y León, es precisamente el Partido Popular quien le da una ocasión de oro a la izquierda para practicar con otros ese su deporte favorito de acordonar idearios políticos que están bien y que no, cual torquemadas o inquisidores del pensamiento ideológico. Para ello, lo único que tienen que hacer es abstenerse en la votación para elegir quien gobierna en la Comunidad.

Ahora bien, una cosa es predicar y otra dar trigo. Y aunque la izquierda se llena la boca con el tópico de que hay que parar a la ultraderecha, una vez más no moverán ni un dedo para hacerlo dado que, cuanto más crezca, más fácil les resulta a ellos hacerse los héroes y que les salga gratis su pantomima. Sánchez no se abstendrá porque no le conviene, es así de sencillo. Amagará durante todo el tiempo posible, hasta el último momento, para intentar visualizar al máximo que tiene atrapado al Partido Popular. Pero, en realidad, todos los papeles del sainete ya han sido repartidos. Lo fueron pocas horas después de saberse los resultados de las elecciones. El argumentario de excusas para no abstenerse en la votación y desdecirse de los cordones sanitarios se puso ya en marcha desde el lunes. Pasa por exigir a Sánchez un pacto a escala nacional y que sus socios de Podemos se pongan a decir súbitamente (negando toda su tradición hasta la fecha) que eso de los cordones sanitarios no sirve para nada de cara a frenar a la ultraderecha. Es la archiconocida táctica de los últimos años, aquella de «donde dije Digo, digo Diego».

El problema es que, para esa supuesta contención de la ultraderecha, la izquierda española hace mucho tiempo que no propone nada que tenga un mínimo de solidez o garantía de poderse llevar a la práctica. De hecho, cada vez que llegan unas elecciones y se comprueba el ascenso implacable de Vox, la izquierda lo único que propone son iniciativas infantiloides del tipo «vamos a votar con todas nuestras fuerzas para mandar a tal o cual a casa». Pero por muy fuerte que se vote, eso no cambia el valor del voto. Votar a mayor volumen o meter el voto en la urna con un gesto brusco no sirve de nada, son puerilidades inútiles. Aquí lo que se lucha es contra un número; aquel que señala donde está la mayoría absoluta.

Al PP, por su parte, le vendría muy bien una abstención moderada de la parte más razonable de la izquierda. Eso sí, tendría que ser una abstención contenida; solo en la mejilla y sin lengua. Un pacto demasiado evidente con el PSOE, tal como están las cosas, por mucho que se hiciera en nombre de la moderación y la sensatez, sería un acicate a un Vox en ascenso para robarle más sufragios al PP recurriendo al voto del miedo. En ambos extremos se ha elegido ya hace tiempo la estrategia de uniformar al contrario para así ganar en intensidad militante. Conseguir esa intensidad por la vía de asustar con supuestos e imaginarios apocalipsis futuros (la invasión de inmigrantes asesinos en un extremo y el desembarco de un ejército de fascistas disfrazados con corbata roja por el otro) puede ser una estrategia políticamente eficaz en lo inmediato, pero es culturalmente suicida a largo plazo para la democracia española. Sánchez seguirá pisando ese territorio degradado cada vez que le convenga. Se unirá al coro de voces que acusan de franquista, de genocida de los avances sociales, de esclavista de las mujeres y de insolidario a todo el que encuentre razonable ser un poco conservador. Y mientras reparte uniformes, seguirá echando gasolina al fuego con negativas a la abstención.