Ucrania

Otra vez Putin

Sea como fuere, volvemos a la maldita guerra televisada, a los fallecidos en bombardeos, al ataque injustificado a un país próximo

Nos estábamos recuperando todos, a duras penas, de la puñetera pandemia de COVID mientras asistíamos, atónitos, a la debacle del PP. Por si eso fuera poco, rizando el rizo, viene Vladimir Putin a remover el orden mundial ordenando nada más y nada menos que la invasión de un país soberano. Y amenazando al mundo con su armamento nuclear, no sea que alguien pretenda hacerle frente a las tropas rusas sobre el terreno, en Ucrania.

El espíritu ególatra y dictatorial del presidente ruso está detrás de su pretensión peregrina de revivir el esplendor de la antigua URSS y de insuflar orgullo patrio a su país (cuando lo que debería promover allí, en vez de nacionalismo, es la libertad, en todas sus formas posibles). El problema que tenemos con el susodicho es que no parará, no se anda con chiquitas. Ya lo demostró con los suyos el otro día, para que tomaran nota ahí fuera. Esa manera de dirigirse y de amenazar en público al mismísimo jefe del espionaje ruso –que parecía a su lado un pajarito asustado– y esa reacción popular de sometimiento fueron lo suficientemente elocuentes.

Ahora toca la invasión de toda Ucrania y, muy probablemente, en aras de la paz mundial, en Occidente asistiremos a semejante humillación desde la barrera, imponiendo fuertes sanciones, pero no interviniendo. En 2008, Rusia reconoció como suyas a Abjasia y Osetia (en Georgia). En 2012, las tropas de Putin tomaron Crimea (en Ucrania). Y ahora, el todopoderoso zar reconoce la independencia de otras dos regiones ucranias y las invade, para luego empezar atacar con misiles y perversa premeditación, de madrugada, decenas de objetivos por todo el país. ¿Qué quiere Putin? Desde luego, pretende recuperar su área de influencia hasta Berlín. ¿Y qué tendría que hacer Occidente, al respecto? Aislarle internacionalmente y no repetir errores de la Segunda Guerra Mundial. En otras palabras, descartar una respuesta armada de la OTAN en Ucrania, pero sí reforzar la vigilancia de las fronteras de Ucrania y, por supuesto, también las de esos otros países que lindan con Rusia, ahora pertenecen a la OTAN y temen por su integridad.

«¿Putin quién se cree que es?», comentó el otro día Joe Biden sobre el mandatario ruso en una de sus comparecencias, como si no le conociera. Ya en marzo, el presidente de EEUU le llamó «asesino» , con todas las letras. Y Putin le respondió, con su inquietante mirada gélida: «hace falta ser uno para reconocer a otro».

Sea como fuere, volvemos a la maldita guerra televisada, a los fallecidos en bombardeos, al ataque injustificado a un país próximo (Ucrania se encuentra a menos de cuatro horas de España, en avión). Volvemos a ser testigos del drama mayúsculo de cientos de miles, quizá de millones de personas que se verán obligadas a dejar sus hogares para huir de las bombas hacia un destino incierto.