Sabino Méndez

Boomerangs

Si levantamos la cabeza y miramos estos días hacia al cielo podremos ver (aparte de una gran cantidad de polvo sahariano en suspensión) el sorprendente espectáculo de un firmamento político cruzado por varios y diversos boomerangs. Un boomerang (bumerán, según la RAE) es, como todo el mundo sabe, un cachivache arrojadizo del hemisferio sur cuya principal particularidad es la de que, una vez lanzado, siempre acaba volviendo hacia quien lo lanzó. Eso es lo que le está sucediendo a Pedro Sánchez con las atropelladas reuniones que está convocando a toda prisa con el resto de los partidos para ver cómo puede detener con su ayuda la sangría fuera de control de los precios del combustible, luz y gas.

Sucede que Sánchez ha acostumbrado a la población española a gobernar - para temas menores y a veces no tan menores- a golpe de decreto. Ha llevado esa práctica hasta el paroxismo para no tener que entrar en enojosas explicaciones y detalles. Huía del debate que le podía desgastar y, con ello, arrinconaba los consensos, que siempre exigen deliberaciones y consideraciones enfrentadas. Ahora que estamos con el agua al cuello, todo el mundo se pregunta por qué no usa ese sistema tan frecuentado del decreto para poner coto a los precios. Diga lo que diga y haga lo que haga, siempre va a quedar mal, porque propone esperar a final de mes, pero los transportistas ya están en la calle y parecen los primeros de una larga lista que amenaza desplomarse como fichas de dominó. Después de meses con un decreto diario preparado siempre en la manga, quince días se perciben como una eternidad, si además se desea (ahora sí) la necesaria unidad de los partidos para implementar tales medidas de calado.

Porque esa es otra: para que unas medidas como las propuestas –que afectan a la totalidad de la población, a su modo de vida y a sus medios de trabajo– sean aceptadas y bien recibidas por todos, lo ideal es que tengan el afidávit del espectro completo de los partidos que nos representan. Y ahí es donde nos encontramos con el siguiente bumerán surcando el firmamento político con los colores de la derecha radical española. Vox, desde su fundación, se ha caracterizado por el espíritu de los que van a la contra. Tanto, que lo han convertido en su marca de fábrica y en una reacción de resorte casi automática a cualquier medida, como la de esas marionetas de broma de tiempos pasados. Se trataba de una estrategia premeditada, conscientes de que básicamente gestionan el voto del cabreo: la sensación de hartazgo, de decir basta y poner pie en pared. Lo que pasa es que ahora, de lo que están hartos los españoles es de la desbocada cabalgada de los precios de la inflación que es inmediata y no parece tener fin. En este momento todo urge. Las situaciones son esta vez drásticas. No es una cuestión de cabreo. Muchos negocios están al borde del cataclismo.

Si Vox se queda fuera de las soluciones es muy probable que esta vez tenga más a perder que a ganar y se visualicen a sí mismos como escollo en lugar de como refugio. El PP y Ciudadanos han tenido más reflejos y han dado rápidamente un paso al frente. Han sido tan veloces en su disposición que en el casillero del gobierno se han encontrado con un desconcertante espacio vacío. El gobierno ha dicho que quería bajar los impuestos de los sectores y productos afectados, pero no ha sido capaz de decirles ni cuáles, ni cuánto. El comunicado del Gobierno ha sido un gigantesco «no sabemos qué hacer y vamos a preguntarle a Europa» envuelto con un gran lazo y papel de regalo para presentarlo a aquellos partidos de la oposición que han mostrado disposición y gentileza. La unidad es imprescindible en este momento. Sánchez va a tener que trabajarla con más seriedad (y urgentemente) si quiere llegar a Europa con los deberes hechos.