Argelia

Argelia, los besos de la ministra y el cambio de hora

El gas de Argelia, desde hace decenios –después de que Durán Farell abriera el camino a los gasoductos con el Magreb– y más en estos momentos, es vital para la economía española

Celia Gámez cantó y popularizó en plena postguerra el pasodoble «El beso de España», más conocido por su estrofa más popular: «La española, cuando besa, besa de verdad». La canción formaba parte de la revista musical «La estrella de Egipto», de Fernando Moraleda, estrenada en 1947. Muchos años después, parte del suministro de gas de España puede depender de unos besos de ministra o, por lo menos, de los miembros de su equipo negociador y del ministro de Exteriores, claro. El gas de Argelia, desde hace decenios –después de que Durán Farell abriera el camino a los gasoductos con el Magreb– y más en estos momentos, es vital para la economía española. El cambio radical de postura sobre el Sáhara no ha sido precisamente aplaudido por los argelinos que, por otra parte, son «muy besucones» entre hombres en las mejillas, herencia de su tradición cultural, como saben muy bien los ejecutivos españoles que trabajan y negocian en ese país y se han adaptado al ritual.

La historia reciente indica que los argelinos nunca han cerrado el grifo del gas a nadie, aunque sí han renegociado las condiciones con frecuencia al alza. Es lo que ocurre ahora. Argelia ha denunciado el contrato de venta de gas a España y quizá el de Italia. Es un proceso largo, que está en sus inicios, con un mes de aviso y luego tres de consultas, como mínimo. Españoles expertos en ese país creen que no se han cuidado las relaciones que, aunque parezca insólito, incluyen dosis de paciencia que inquietarían incluso al santo Job y también besos y más besos en las mejillas con dirigentes argelinos, si se quieren obtener resultados y acuerdos. No se contemplan, claro, por las costumbres árabes, los de la ministra del ramo, Teresa Ribera, pero sí los de los negociadores que ella designe. Empresarios y ejecutivos españoles con intereses allí y dominio de los intríngulis argelinos, constatan que esos besos no se han prodigado. Las relaciones internacionales, a veces, son así de enrevesadas. Siempre hay tiempo, pero quizá España, aunque no le corten el grifo del gas, afronte una penitencia por la falta de besos y por la decisión sobre el Sáhara. La nueva crisis energética ha llegado para quedarse; hay que aceptarlo. De la anterior queda la reliquia, que no ahorra energía, del inútil cambio de hora de esta madrugada que, aunque popular por ser el del verano, aparta más a España de su horario natural, sin que ningún ecologista diga nada. Argelia y los besos que debe delegar una ministra, Teresa Ribera que, claro, no tiene nada que ver con el pasodoble de Celia Gámez.