Tribuna

Españoles en tierra de nadie

Su recuerdo sigue en tierra de nadie, como el de tantos compatriotas que ya solo abrigan la esperanza de que algún día aprendamos definitivamente la lección

Pedro Corral

En los últimos años, coincidiendo con la llamada «memoria histórica», ha sido cada vez más necesario reivindicar a aquellas figuras condenadas al olvido por no acomodarse a ninguna de las clasificaciones elaboradas por los taxonomistas del maniqueísmo a cuento de nuestra horrorosa Guerra Civil. Españoles entre dos fuegos, españoles sometidos a las inquisiciones de los «hunos» y los «hotros» según el unamuniano dictado. Españoles, en definitiva, condenados al deshecho de la memoria y de la historia por no ser útiles para el rearme de la división y la confrontación a cuento de aquel pasado de barbarie.

El movimiento pendular que ha conducido a la exaltación de unas víctimas y la estigmatización de otras, reproduciendo así en democracia la pulsión franquista en sentido inverso, ha vuelto a dejar en tierra de nadie a muchos de los españoles caídos en el conflicto, en una y otra zona, en el frente o en la represión de retaguardia.

De la lluvia de millones de euros destinados por Rodríguez Zapatero a la «memoria histórica», solo una tercera parte fue para la exhumación de fosas. El resto se dedicó a apelmazar sobre esa tierra de nadie las versiones maniqueas donde los recuerdos de muchos compatriotas siguen siendo despreciados desde las trincheras ideológicas de esta supuesta batalla por la «memoria».

Recuerdos como el de Manuel Manresa Pamies, guardia civil de segunda clase, asesinado el 13 de agosto de 1936, a los 47 años, junto a otros cinco compañeros por milicias de CNT-FAI en Elda (Alicante). Dejó viuda, Josefa Marhuenda, y cinco huérfanos menores de edad, entre ellos una joven Josefina Manresa, de 20 años, entonces novia y después esposa del poeta Miguel Hernández.

Miguel Hernández es nombrado tutor de los huérfanos tras el fallecimiento de la madre de Josefina, que solo sobrevivió nueve dolorosos meses al asesinato de su marido. En todo momento, durante la guerra y después de ella, ya encarcelado, el poeta va a procurar que los huérfanos del guardia civil no queden en el desamparo. Hasta diciembre de 1936, el gobierno republicano seguirá pagando su sueldo a su viuda. Después no soltará ni un duro más pese a haberle ascendido a cabo a título póstumo, sorprendentemente como caído en la lucha contra los sublevados.

Hernández se plantea incluso, antes de la derrota republicana, no aceptar la ayuda para exiliarse en Chile de su amigo el diplomático Carlos Morla Lynch hasta que no deje solucionada la situación de los huérfanos de Manuel Manresa. El mismo motivo alienta su arriesgado viaje a Madrid, Sevilla y Cádiz después de la contienda, antes de decidir pasar a Portugal, donde será detenido y comenzará su calvario por más de una decena de cárceles franquistas.

Miguel Hernández es condenado a muerte el 18 de enero de 1940. Su amigo José María de Cossío visita con los falangistas Rafael Sánchez Mazas y José María Alfaro al general Varela, ministro del Ejército, para evitar su ejecución. Varela queda impactado al saber que Miguel se había casado con la hija de un guardia civil asesinado por los «rojos». La pena capital le será conmutada por Franco por la de treinta años de prisión.

Desde la cárcel, el poeta estará muy pendiente de la solicitud de una pensión para los hermanos de Josefina, que está ayudando a tramitar su amigo Vicente Aleixandre, consciente de que ese dinero podría ser vital para atenuar las carencias de la familia de Miguel y las de éste en la cárcel, que va minando gravemente su salud. Se trata de una pensión con la que los vencedores compensaban a las familias de los militares y agentes de seguridad muertos por su apoyo al alzamiento militar.

Después de cuatro años de infernal laberinto burocrático, y pasado un año desde el fallecimiento del poeta en la cárcel de Alicante, el régimen franquista rechaza finalmente en 1943 que los huérfanos de Manuel Manresa reciban esa pensión «porque el causante no murió asesinado por los rebeldes por su adhesión al Glorioso Movimiento Nacional», según reza el expediente. Sin embargo, las familias de otros dos guardias civiles acribillados con el padre de Josefina Manresa en Elda sí que obtendrán la pensión.

Manuel Manresa, asesinado por las milicias republicanas, fue el primer luto de Josefina Manresa en la guerra. Le siguieron el de su madre, muerta de tristeza por el cruel destino de su marido, y después el de su primogénito, Manuel Ramón, fallecido con 10 meses en 1938. Su cuarto luto fue por Miguel Hernández, condenado a una muerte lenta en las prisiones del nuevo régimen. El quinto, por la muerte en 1984 de su segundo hijo, Manuel Miguel, al que sobrevivió tres años.

El veterano guardia civil, padre de Josefina Manresa y suegro de Miguel Hernández, fue asesinado por los «hunos» y menospreciado por los «hotros». Después de 86 años su recuerdo sigue en tierra de nadie, como el de tantos compatriotas que ya solo abrigan la esperanza de que algún día aprendamos definitivamente la lección.