Gobierno de España

Sánchez, de portero-delantero

Lo cierto es que hay miembros del Gobierno que no se hablan, pero la alusión al equipazo confiere al pedrismo –hoy a punto del descenso– una épica sencilla y efectiva como de bullshit de zona mixta

Ha salido Pedro Sánchez a decir que tiene «un equipazo» en el Gobierno. Lo cierto es que hay miembros del Gobierno que no se hablan, pero la alusión al equipazo confiere al pedrismo –hoy a punto del descenso– una épica sencilla y efectiva como de bullshit de zona mixta, del once contra once, de sudar la camiseta y de «lolololo» de fanzone, de bombo y de bengala, de botellita de agua sin tapón para entrar en el estadio en el que el Gobierno celebra al propio Gobierno «manque pierda». Íbamos a vivir el resurgimiento de todas las felicidades tras la pandemia, nos íbamos a poner ricos con los 70.000 millones que lloverían de Europa, viviríamos un nuevo tiempo de hermosura y ahora celebramos que tenemos «un equipazo» en el Gobierno.

He ido al fútbol dos veces en mi vida. La primera fue en el viejo Atocha donostiarra donde los aficionados agarraban de la camiseta a los que sacaban de banda y les mentaban a la amá al oído. Mi padre y yo nos dedicábamos a nuestras cosas, que eran tener conversaciones sobre lo que merendaba la gente. La talla de los espectáculos se mide por lo que come la gente en ellos y allí se trasegaban unos bocatas de tortilla de chorizo fundacionales. Cuando al área de juego más próxima se acercaba el contrario –o quizás fueran los nuestros–, en lugar de en el balón, nos entreteníamos fascinados en apreciar cómo nuestros compañeros de grada se echaban hacia adelante de manera acompasada, se tensaban como catapultas y cuando cesaba el peligro –o quizás fuera la oportunidad de gol–, se relajaban de nuevo.

Marcó la Real y saltamos con los demás y celebramos abrazándonos algo que no nos había importado hasta el momento, asumiendo como propia la bellísima alegría del gol txuriurdin. No sé quién ganó, no sé ni quién jugaba; me suena que la Real contra un equipo alemán. Años más tarde, vibré en el ascenso del Cádiz en el Carranza. Llevábamos unas trompetas y media lagartijera de vino pues veníamos de comer. El único himno del fútbol que alguien como yo puede hacer suyo es el «Me han dicho que el amarillo» de Manolito Santander –«ratatatatatarratatatataaa… benditos sean los que llenan de esperanza / cada rincón, cada escalón de mi Carranza»–. Yo estuve allí. Mientras Gades volvía a ser lo que era, yo me acordaba de mi padre y de que ya no estaba y en compañía de tantos viví una soledad particular. Esta vez recuerdo que ganó el Cádiz, pero lo celebré tanto que no recuerdo mucho más: gentes en las fuentes, la noche haciéndose sobre el baluarte de Santa Bárbara y los destellos del faro de San Sebastián. Cantaban Los Mártires del compás.

El desprecio por el fútbol ha sido el recurso más snob de la falsa intelectualidad española, como si no estando a lo del fútbol, uno fuera entonces a entender el meollo de asuntos cruciales del país –asuntos de fondo, se les dice–, conocimientos que la masa borrega no alcanza por quedar hechizada por el fútbol y su barbarie «lolololo». En realidad, el que como yo no entiende el fútbol no es más que un daltónico que se pierde cantidad de cosas y no sabe de qué hablar los lunes con la gente que se encuentra por ahí.

Yo hablo del Gobierno. No están de acuerdo en la Ley Audiovisual, en lo del CNI, en lo de Pegasus, en la forma del Estado, en la monarquía, en los jueces, en lo de ETA, en la prostitución, en la economía, en lo de Putin, en lo del Sáhara, en lo de Argelia, en lo de Venezuela ni en nada en general, pero ahí va Sánchez presumiendo de un equipo en el que juega de portero-delantero, cada vez más solo.