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Un manual contra el mangacortismo

Asumir el mangalarguismo no es una cuestión frívola como quizá esté pensando alguno, sino defender el futuro de nuestra civilización

Leo a José Antonio Montano, que es algo más joven que yo, y escribe mucho mejor, defender las camisas de manga corta y entiendo que es un hombre, él y los que las llevan, que se precipitan a la jubilación mental, a la pereza estética de vestir como un señor mayor, que es cuando un hombre deja su estampa en manos de su señora o de un escaparate de pueblo. Un amigo me preguntó no hace mucho dónde compraban su ropa los típicos jubilados. Solo pude darle la dirección en la que mi madre disfrazaba a mi padre. Y eso que dice que lo quería. Oh, Marta Ortega, para cuándo un Zara para la «Silver generation», pero de la España vaciada. Solo si es muy joven y se baila al ritmo de las tendencias es posible llevar la manga corta sin que la tela eructe en el codo, ese apéndice tan pronto huesudo como arrugado en sí mismo, la papada de los brazos al que no arregla ni siquiera una liposucción. Ah, la papada, por qué si no Karl Lagerfeld llevaba esas camisas con cuellos tan altos que le llegaban casi a las orejas, y, por supuesto, de manga larga. Ya hemos dejado a un lado, en la cuneta de este desfile de carretera perdida, a los jóvenes, que ahora, dicen, llegan a los cuarenta. A partir de esa edad, se cometen errores tan graves que hacen temblar el mundo. El principal es que los padres se visten como sus hijos, idéntico pantalón corto, la misma marca de zapatillas, y la camiseta correspondiente, solo que al hijo le resbala desde el estómago y el padre, por ese afán de llegar antes, implosiona en barriguita o barrigón. El segundo, es el mangacortismo. Y no digo ya con unos vaqueros, así como de relax, sino con pantalón de vestir, que es ya como para abonarse al metaverso de una película coreana para escapar siquiera momentáneamente del tormento de asistir a tamaño suplicio. El horror tiene muchas formas y una de ellas es la que acabo de describir. Aun así, existen peores visiones, como la de un hombre que va a trabajar con manga corta y corbata. ¿Por qué? Qué es lo que esa persona no ha entendido. Dios, por qué permites pecar así delante de toda la comunidad que te adora.

Concluimos pues, que mejor la camisa de manga larga, con dos vueltas, para que quede justo debajo del codo, y dejemos el mangacortismo para las camisetas y los polos, que para algo Lacoste no fue un cocodrilo, como quizá creen algunos. Asumir el mangalarguismo no es una cuestión frívola como quizá esté pensando alguno, sino defender el futuro de nuestra civilización, amenazada con tipos que llevan cross con calcetines.