Pedro Sánchez
El pato cojo y desnudo
Las razones de la irrelevancia de Sánchez, está bastante claro, nacen del alejamiento de la centralidad a la que le han empujado su debilidad electoral y moral, además del carácter insaciable de sus socios
Aunque en el PSOE nadie lo comente, su secretario general está desnudo. Hace siete días sufrió la peor derrota imaginable frente al PP, nada menos que en Andalucía, donde durante 40 años se había ejercido una hegemonía ciertamente insultante. Y, sin embargo, al margen de vergonzantes proclamas lastradas por el revanchismo, nadie ha dicho ni mu. Lejos queda aquel histórico Comité Federal que defenestró a Pedro Sánchez, antes de que, convertido en Edmundo Dantés, regresara para vengarse de todos y hacer todo lo que le quisieron prohibir. Es verdad que ha habido pequeñas pullas de Lambán o Page, pero nada que pueda preocupar a una Moncloa ensimismada en prolongar su asalto a los cielos del raciocinio durante un cuarto de hora más. Y eso que los incontestables e históricos 58 escaños de Juanma Moreno, que conquistó a una mayoría moderada para disponer de una mayoría absoluta, como culminación de un ciclo electoral en el que el 4-M madrileño marcó un significativo punto de inflexión, señalan claramente a Pedro Sánchez como el primer pato cojo de la política española. Ya saben, esa expresión traducida de la política norteamericana, que se refiere al final del segundo mandato, en el que el presidente ya es inelegible y se va convirtiendo en irrelevante.
Las razones de la irrelevancia de Sánchez, está bastante claro, nacen del alejamiento de la centralidad a la que le han empujado su debilidad electoral y moral, además del carácter insaciable de sus socios y aliados de Gobierno. Una centralidad que está sabiendo ocupar el PP, el partido que encarna la alternativa al PSOE, porque está entendiendo perfectamente que la insatisfacción que genera la mala gestión del Gobierno y el desastre que supone la alianza entre radicales y radicalizados requiere de una respuesta en la que la firmeza y la moderación se conjuguen con el equilibrio de la experiencia y el sentido de la responsabilidad. De hecho, la centralidad, más que un espacio ideológico de equidistancias, es una actitud de realismo y seriedad frente a las cosas, consistente más en solucionar los problemas que en crearlos, unir antes que romper y sumar mejor que restar. Conceptos que se dan de bruces con el empecinamiento de Sánchez en mantener una gestión basada en el despilfarro, que los ciudadanos acogen con división de opiniones, porque unos la perciben como muy peligrosa y otros como un disparate total. Justo lo que pasa cuando no te importan conceptos como la inflación o el déficit, que se han incorporado al glosario del desinterés ideológico sanchista, donde reposan junto a cuestiones como el constitucionalismo, el patriotismo, el cumplimiento de las leyes, la lengua común o el respeto a la Justicia. Todo porque Sánchez se ha embarcado en el negacionismo de su propia autodestrucción, convirtiendo en pura propaganda su propia agonía. Enfrente, la realidad es tozuda, y se empeña en revelar la creciente división interna del Gobierno, hoy por la cumbre de la OTAN, y todos los días respecto a cuestiones como el papel de la monarquía o las medidas económicas. O las crisis intestinas que llevan a hechos aparentemente insignificantes, como las dimisiones, ¿o serán migraciones?, de dos secretarios de Estado en solo dos días, probando que en el Gobierno de Sánchez cualquiera echa un borrón. Sin embargo, que nadie se confíe. Habrá que estar preparados, porque ya sabemos que algo se sacará de la manga y puede, incluso, que dé un golpe de timón, pero como todos los que ha dado, será tan solo un golpe de efecto, menos para los que pierdan su inmerecida poltrona política.
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