Animales
Otra conjugación de amar
Confundir bienestar animal con humanización es perder la perspectiva
Sostiene la paleoantropóloga María Martinón que la especie humana está en proceso de autodomesticación, que cada vez se aleja más de su propia naturaleza, se tecnifica y aumenta esas patologías que surgen del desajuste entre nuestra anatomía y nuestro modo de vida. Lo que estamos haciendo con los animales, y no sólo las mascotas, desde la legislación buenista de los autodenominados animalistas, es sumarles al carro de esa autorepresión natural al convertirlos en algo más cercano a nuestra civilización, a nuestra especie, al humanizarlos como si no fueran seres de otra naturaleza. REdomesticarles, vamos. Claro que son seres sintientes. Todos. Los domésticos y los salvajes. A estos últimos, por fortuna, el animalismo los contempla de forma parcial quizá porque ignora su existencia. Pero los domésticos, o los que se utilizan para deporte o trabajo en el campo, se ven cada vez más sometidos a la presión del buenismo que pretende humanizar lo que en absoluto es humano. Un perro te quiere y lo manifiesta, sufre las ausencias y le abruma la ansiedad ante dificultades imprevistas; un caballo, una vaca o un hurón, son tan sensibles a las muestras de cariño como puede serlo un humano, o incluso más en no pocos casos. Pero su capacidad de conmoverse y conmover no les resta un solo borde de los resabios e instintos de su propia naturaleza, y el caballo que amorosamente apoya la cabeza en tu hombro para mostrarte afecto, puede patearte al instante si hay algo que repentinamente le asusta tanto como para huir. No deja de quererte, pero actúa como no lo haría un ser humano. Un perro igual: la alegre mascota que se te entrega moviendo el rabo hasta partirse la espalda, puede, un segundo después, estar despedazando un gato o comiéndose viva una lagartija con la misma normalidad. No deja de quererte y de sentir, pero actúa como no lo haría un ser humano. Es otra conjugación del verbo amar.
La nueva ley de protección animal tiene elementos positivos, como el control del nacimiento de mascotas, pero se queda cortísima en la sanción a quienes abandonan animales a su suerte, que es una de las más inaceptables crueldades contemporáneas. Me escama ese animalismo buenista y simplón que se conforma con que queden casi igual de impunes semejantes agresiones a los animales y celebra que los ganaderos encuentren más dificultades en su trabajo o se impongan cursos para gestionar la tenencia de mascotas, que son como aquellos prematrimoniales del franquismo, pero con pelo y cuatro patas.
Confundir bienestar animal con humanización es perder la perspectiva y domesticar sobre lo domesticado. Es arrebatar a seres vivos a los que ya les quitamos hace siglos, la libertad, lo poco que les queda de su propio ser.
Si nos queremos seguir domesticando a nosotros mismos, autosuicidándonos con la desconexión paulatina de la naturaleza, al menos no arrastremos a estos seres a los que ya les hemos arrebatado bastante.
Yo no quiero que los perros no puedan cazar o que los míos, que no cazan, o mis caballos, que viven lo más libres que pueden, sean más humanos. Quiero que quien tortura o abandona a un animal sea tratado con el rigor legal de quien hiciera lo propio con un humano. Cosas nuestras, al fin. NO les metamos a ellos en nuestro saco. Si de verdad les queremos, claro.
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