Sociedad

El respeto

Enseñen a esos chicos y a esas chicas que esos códigos de hermandad son tan ridículos que dan ganas de meter la cabeza en un cubo. Se llama madurar

Lo siento por todos aquellos que no consideran que el tema del colegio mayor, sus colegiales, de enfrente, los gritos de «puta», la defensa de los códigos de grupo por encima de la educación y, la vergüenza ajena que parece que no sufren los protagonistas, puedan ser objeto de importancia. Pues miren todos esos: les doy el pésame porque no se habla de otra cosa. La verdad es que, en cuanto tienes un poco de cerebro, quieres hablar de eso con tus amigos. Y les digo: con temas así conoces a tus amigos. Y también te conocen ellos. Ayer, este grupete de niñatos colegiales sin desasnar envía un escrito al colegio mayor de enfrente, el de estas chicas tan amigas de sus amigos. En ese escrito, se les pide disculpas o algo parecido, y se hace lo propio a la dirección del centro femenino. Se dice que existe arrepentimiento, y se agradecen las muestras de apoyo, porque entre ambos centros existe una amistad desde hace años. Pregunto. Esa amistad, ¿siempre fue en esos términos? ¿Desde hace cuánto salen estos muchachitos a llamar ninfómanas a sus vecinas de enfrente? ¿No hay nadie, desde la dirección de esos colegios, que haya puesto freno a esta «tradición»? Ahora viene la mejor parte. La de pedir respeto. Porque algunos de esos alumnos son menores. Efectivamente, hay que tener respeto por ellos. Quizá se trate de tener respeto todo el tiempo. De tener respeto en general, a todo el mundo, desde que te levantas. Todos estos días hablamos con los amigos y descubrimos que, seguramente, en nombre de la tradición, se canten canciones en fiestas, en bodas, en vestuarios, que no pasarían un filtro. ¿Que se siga haciendo lo habilita? ¿Lo normaliza? ¿Tenemos que acostumbrarnos a tirar una cabra desde un campanario otra vez? Yo no he ido a un colegio mayor, pero conozco a gente que ha ido, que está detrás de esos centros y que lo está pasando fatal. Pero también les digo a todos esos amigos: tienen una oportunidad extraordinaria para acabar con esto. Lo que sucede, conviene. Partan de cero. Enseñen a esos chicos y a esas chicas que, esos códigos de hermandad, son tan ridículos que dan ganas de meter la cabeza en un cubo. Se llama madurar. Y se puede prontito.