Periodismo

Los cínicos no sirven para este oficio

Estar en la calle, ser parte del mundo que se relata, permanecer atento y humilde, comprometerse con el público resistiendo al poder, atender al cambio, no dejarse manipular

Juan se detiene en el enunciado que encabeza el librito que los Reyes Magos le han dejado bajo el árbol de Navidad. Es apenas un centenar de páginas empaquetadas en una portada roja y negra con fotografía de lo que parecen niños africanos en desfile militar y un nombre destacado tipográficamente sobre el propio título, «Los cínicos no sirven para este oficio»: Ryszard Kapuscinsnski. «Sobre el buen periodismo» se subtitula.

El primer mensaje que recibe al darle la vuelta a la portada es que no se puede escribir sobre nadie con quien no se ha compartido «al menos un poco de su vida».

Piensa en ello cuando al abrir las páginas de su regalo se da cuenta de lo que en realidad tiene en sus manos. El pequeño librito rojo es una de las guías más luminosas para ejercer la profesión en la que se ha comprometido a embarcarse, ese oficio que ha empezado ya a tantear con algunas prácticas de verano. Satisfecho y animoso, se dirige con el libro en la mano a la persona que sabe ha inspirado este obsequio real y le devuelve un gesto de gratitud. Éste, periodista en ejercicio que ha visto y vivido los enormes cambios que su profesión está experimentando, sobre todo en el siglo presente, le recuerda que ahí dentro hay algunas instrucciones esenciales para navegar con bien –o sea, con honestidad, juicio y el generoso compromiso con el público– por el universo en el que también él ha decidido embarcarse. No hace falta que refresque la memoria de Juan para que recuerde la frase que tantas veces la ha dicho de este polaco viajero y comprometido: «las malas personas no pueden ser buenos periodistas». ¿Está en este libro? Le responde que sí, que aquí lo explica y desarrolla en una magnífica entrevista con la periodista y editora María Nadotti. Esta de Kapuscinski es una de esas citas tan de sobado uso común como probablemente poco leídas en su contexto y significado profundo por quien las utiliza. Eso que te llevas, sobre todos los demás, le apunta. Léelo despacio, saboreándolo, porque son textos y diálogos de finales del siglo pasado pero perfecta y absolutamente válidos para este oficio cuya esencia no cambia nunca.

Juan dedicó ayer el día de reyes a conocer, leer, sentir y admirar al polaco que, como García Márquez, o Hemingway, escriben en la calle, relatando experiencias vividas o escuchadas en primera persona, desde cualquier lugar del mundo. «Las malas personas no pueden ser buenos periodistas –le dice Kapuscinski a Nadotti– porque no son empáticas». «Mediante la empatía se puede compartir de forma natural y sincera el destino de los demás». Y corona la explicación con una sentencia inapelable: «El verdadero periodismo es aquel que se fija un objetivo e intenta provocar algún tipo de cambio».

Juan aprende que el buen periodismo, el que tiene que ser testigo de lo que sucede, ha de saber acercarse a los acontecimientos y sus protagonistas con humildad para conseguir entender de verdad los hechos y las personas. Cuanto más cerca se esté de ellos mejor se podrá contar y, particularmente, explicar lo que está sucediendo, que son los compromisos de quien ejerce este oficio. Que algunos siguen pagando con la cárcel o la muerte.

Habla Kapuscinski de cómo hay que estar en constante renovación para poder relatar con rigor los cambios de un mundo de acelerada vitalidad, y entiende Juan que no se puede seguir o contar movimiento alguno si uno permanece inmóvil en su posición. Le llama la atención cómo el periodista sostenía –desde hace ya décadas– que en estos tiempos la experiencia ya no es un grado, y ser mayor no te hace ser mejor, porque los que vienen tienen formación y cualidades con las que pueden desenvolverse con más solvencia, y extraer, por tanto, más de su compromiso con el público. Hacer mejor periodismo.

Se sorprende Juan del empeño del periodista polaco en aquel diálogo de finales de siglo, en insistir en que había que salir de la mirada eurocéntrica, que «Europa está rodeada por un inmenso y creciente número de culturas, sociedades, religiones y civilizaciones diferentes y vivir en un planeta cada vez más interconectado significa entender eso». Muy útil, piensa el lector, para tenerlo como equipaje en estos tiempos de crisis en el sentido más amplio del término. La lucidez de anticiparse, de advertir lo que viene y que hemos de prepararnos para ello.

Estar en la calle, ser parte del mundo que se relata, permanecer atento y humilde, comprometerse con el público resistiendo al poder, atender al cambio, no dejarse manipular.

No es oficio para cínicos, no es territorio en el que deban desenvolverse las buenas personas. Juan lo toma como una referencia que probablemente no se ajuste como un guante a la realidad. Pero sí se dice a sí mismo que sería bueno que quienes se dedican a esto de contar la vida y crear conciencia lo tuvieran presente. Y también que su público sepa en qué reflexiones andan o deberían andar quienes a diario les cuentan la vida desde los medios.