Política

Sorber, soplar y otros principios de la física política

En España, los únicos asaltos al parlamento o las manifestaciones a su alrededor han sido las convocadas por la izquierda

Levanta lo del asalto a las instituciones brasileñas polvareda política en España ante la hipótesis de que algo así sucediera aquí. Los ofendidos proclaman que lo que hay que hacer es condenar abierta e indubitablemente el golpe de las masas contra el músculo democrático brasileño, y no utilizarlo para hacer política local.

Vamos a ver, ¿por qué no se puede condenar lo de Brasilia, como se hizo con lo de Washington hace dos años, y señalar al mismo tiempo la evidencia de que algo así en España recibiría una sanción menor con la reciente reforma del Código Penal? ¿Es acaso falso?

La misma izquierda que exige condena y justicia para este asalto antidemocrático y que acusa al adversario de mirar donde no debe, acaba de aprobar en el parlamento español una rebaja de las sanciones legales a acciones similares, como la vivida en octubre de 2017 en Cataluña o seis años antes, también allí, con el asalto al parlamento que ahora parece haberse olvidado. Algunas señorías, e incluso el entonces presidente Artur Mas, tuvieron que ser «extraídas» en helicóptero. Pero, claro, quién se acuerda de eso en estos tiempos de particular revisión de la historia contemporánea española.

El día en que una masa cargada de ira y de símbolos como la brasileña o la norteamericana, como los bolsonaristas o trumpistas, pero con otras banderas, cercó la delegación de Hacienda en Barcelona y escuchó a un sujeto dirigirse a los concentrados sobre un coche de la guardia civil vandalizado, quien esto escribe sintió un desasosiego muy similar, casi igual, al que le produjeron años después las imágenes del asalto al Capitolio, o la marcha de la masa coloreada y destructora sobre los edificios que albergan y simbolizan la democracia brasileña. En España, desde el 23F, los únicos asaltos al parlamento o las únicas manifestaciones promovidas a su alrededor – recuerdo bien las que nos pedían rodearlo, y allá que iban– han sido las impulsadas, convocadas y gestionadas por grupos de izquierda. Los mismos que hoy apoyan al gobierno, los mismos que exigen condena y justicia ante lo de Brasil, y los mismos que han cambiado las leyes para suavizar penas a la carta por sucesos similares.

O los mismos, si quiere usted, que creen que se debe protestar ante las casas de los políticos, ante sus hijos y sus familias, si se trata de gente de derechas, pero resulta inaceptable que alguien de izquierda sufra un acoso similar.

Siempre he creído que lo de la superioridad moral de la izquierda respondía más a un complejo liberal o conservador que a una actitud real de quien sostiene su ideología sobre el supuesto progreso de sus semejantes y la apertura en sus puntos de mira. Pero parece que la realidad me sigue tirando del guindo, qué le vamos a hacer. Porque sólo una actitud de autosuficiencia y supremacismo ideológico, de hiperventilación moral, explica que personas que en algún momento de su vida piensan en la justicia y la igualdad, defiendan que se puede a un tiempo condenar el asalto en Brasil y procurar mejoras a quienes fueron condenados por hacer lo mismo en Cataluña.

Hay gente que sigue pretendiendo liderar o dar lecciones mostrándonos la evidencia de que sorber y soplar son una misma cosa. Y ahí siguen. Gobernando, además.