Política

Para Elisa

Firmó un discurso fascinante, pues no solo es que no tuviera sentido considerándolo en su generalidad, sino que carecían de sentido cada una de sus partes

Ay, Elisa Lozano, musa de mi Españita. En medio del lío por la visita de Ayuso a la universidad, recogió el diploma por ser la mejor estudiante de Comunicación Audiovisual de la Complutense y montó un pollo monumental.

Beethoven compuso para Elisa y yo también escribo para Elisa, que hablaba en la Complutense en La Menor. Para ser Pablo Iglesias, a Elisa le falta un épsilon, nada el boli y el bajo de la camisa despistadillo por fuera del pantalón, que es el sustituto masculino de no llevar sujetador; una liberación o algo. A Iglesias y a mí nos pasa que se nos sale la camisa –a mí, involuntariamente– y a cualquier hora del día parece que salimos de una boda a las 4:45 de la madrugada. Elisa con flequillo como de Nekane de Madrid, es Pablo Iglesias hasta en el tono del discurso pero una octavilla por encima de los de Él, porque desde que llegó Pablo Iglesias, todos los de la izquierda complutense son el mismo Pablo Iglesias como alguien dijo que todos los malos poetas y las sexologas son todos el y la misma.

Elisa firmó un discurso fascinante, pues no solo es que no tuviera sentido considerándolo en su generalidad, sino que carecían de sentido cada una de sus partes. Esto parece fácil, pero no lo es. Quiero decir que la falta de competencia se dibuja siempre como una cuesta abajo que puede recorrer cualquiera, pero llegados a un límite, la necedad requiere algo de eso que ahora llaman «expertise».

¿Saben el discurso de Federico en Buenos Aires? Pues lo de Elisa fue exactamente así, pero al revés. De pronto, la joven anunciaba solemne que estaba de luto. Después, que muy contenta. Que estaba orgullosa y, al rato, que no lo merecía. Que ella era la primera de la clase, pero que los títulos no valen nada. Que le gustaba la Complutense y poco después, que quemaría el diploma que le acababan de entregar, pero que no lo hacía pues no sabía si era legal. Yo me la imaginaba buscando en Google en el móvil o algo y sin encontrar respuesta, y me preguntaba si acaso ella estaría temerosa de que entrara la UIP a rociar al personal con el típico spray de pimienta del que se usa contra los que rompen diplomas. Todo esto lo pensaba yo prendido de los «vale» con que remataba sus oraciones e interpelado clarísimamente por el ángulo quincemayista de sus cervicales.

La retórica aristotélica distingue en cualquier discurso entre cuatro y seis partes que sí que vienen en Google, pero es cierto también que pese a que la elísea intervención no guardaba forma alguna, nunca hubo discurso más efectivo contra la titulitis que la primera de la promoción de Comunicación siendo incapaz de hablar dos minutos en público.

Luego, Elisa se puso flamenca y a gritar, y se desveló en lo que para mí resultó un pesaroso anticlímax, que lo que parecía una florida gamberrada, en realidad era un mitin partidista y convencional. Pero no importaba, pues allí estaba Elisa como si la hubiera puesto Damien Hirst en una instalación de la Madrid cochinoliberalfascista, peinada con ese flequillo igualador de todos los paraninfos, la meritocracia y el hecho de que a los veinte años todos somos unos papafritas aunque a algunos, si alguien nos decía «tápate», pues nos tapábamos.

A Unamuno –¿Unaqué?– le gritaron «Muera la inteligencia» o algo parecido, y ser armó la que se armó, y a Isabel Díaz Ayuso, Elisa y sus amigos le gritaron «cucaracha asesina» y los chicos, ya sabes cómo son.