Cosas vistas
Me acuerdo
Me acuerdo cuando Barcelona era Barcelona y no solamente una atracción turística para los demás
Hay un escritor fascinante llamado Joe Brainard. Solamente por su libro de memorias «I Remember» se merece pasar a la historia, una manera original e innovadora de revisar su propia vida que abrió un camino que otros han seguido, como Georges Perec. No soy evidentemente Brainard, no le llego ni a la suela del zapato, pero voy a atreverme a usar su fórmula para hablar de mi ciudad, de una Barcelona que se ha ido desdibujando con el paso del tiempo para convertirse en su sombra.
Me acuerdo cuando las Ramblas eran un paseo en el que no había solo turistas y que era tan abierto y libre que hasta Antonio Gades podía bailar de noche mientras los basureros regaban el suelo.
Me acuerdo que en el Paseo de Gràcia había varias salas de cine y ahora no tenemos ninguna, aunque sí hemos ganado un buen número de tiendas de ropa.
Me acuerdo cuando vivió una breve temporada Gabriel García Márquez, pocos años antes de su muerte, en un apartamento del Paseo de Gràcia y fue a una librería de esta misma vía y nadie lo reconoció.
Me acuerdo cuando nos prometieron que Salvador Dalí tendría una calle con su nombre en Barcelona, algo de lo que se empezó a hablar en 1989, con motivo de su fallecimiento, pero ha pasado el tiempo y la cosa sigue igual.
Me acuerdo cuando una franquicia de pubs irlandeses de cartón piedra compró el Pitarra, el histórico establecimiento de la calle Avinyó, punto de encuentro de escritores, entre ellos el que daba nombre al local. Allí se guardaban tesoros (manuscritos, cuadros, esculturas...) vinculados con el dramaturgo y los dueños del irlandés para bebedores que no saben quien es Joyce prometieron donar ese material al Ateneu. Nunca llegó. ¿Qué se hizo de él?
Me acuerdo cuando de noche el Liceu no tenía las puertas de Jaume Plensa.
Me acuerdo cuando Jaume Roures dijo que habría un museo dedicado a Woody Allen en Barcelona.
Me acuerdo de que el legado de Juan Marsé está siendo catalogado en Madrid mientras en Barcelona estamos con los brazos cruzados.
Me acuerdo cuando en la calle Numància, rozando con la Diagonal, había unos impresionantes grafitis dedicados a Salvador Espriu y Mercè Rodoreda. Cosas del arte efímero.
Me acuerdo cuando funcionaban las escaleras automáticas de la montaña de Montjuïc, incluso por las mañanas.
Me acuerdo cuando Barcelona era Barcelona y no solamente una atracción turística para los demás.