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Agustín, «de vita beata» y la indulgencia del Papa yanqui
León XIV parece heredero de León XIII, el revolucionario de la doctrina social de la Iglesia, con la Rerum Novarum, pero también tradicional y otro intelectual
Aurelio Agustín (354-430), San Agustín, también escribió un libro titulado «De vita beata», en el que recomienda «en todo evita la demasía». La doctrina y tradición católica atribuyen al Espíritu Santo la inspiración a los cardenales a la hora de elegir al Papa. Robert Francis Prevost, León XIV, es, sobre todo, discípulo de San Agustín, cuya obra abarca todo el pensamiento de la antigüedad y desde el que se edificaron la cultura y la sociedad occidentales. La Tercera Persona de la Trinidad, al haber señalado a Prevost confirma las dotes que algunos le confieren de estratega supremo de la geopolítica a lo largo de los siglos. El Papa yanqui respeta y admira, por supuesto, a su predecesor, el jesuita Jorge Mario Bergoglio (1936-2025) pero, sin rupturas llamativas y de forma discreta, su pontificado será diferente. Un indicio, Joseph Ratzinger (1927-2022), Benedicto XVI, era un devoto, intelectual y espiritual, de San Agustín, admiración en la que también coincidía otro alemán, Herman Hesse (1877-1962), el autor de «El lobo estepario» que, al morir, tenía a su lado un ejemplar de las «Confesiones» del Obispo de Hipona.
León XIV, en su primera aparición como Papa, habló de la paz, quizá algo más que un guiño geopolítico del Espíritu Santo. Todo desde el recuerdo de San Agustín. Sus escritos han influido en todos los siglos, tanto para la relación entre la política, el Estado y la Iglesia. Ahí está la teoría agustiniana de la paz, que afirma que la paz, no la guerra, es la ley de la naturaleza divinamente establecida. No hay ni habrá ruptura con Francisco, pero tampoco mimetismo. Hubo en la salida de Prevost al balcón vaticano un rasgo, algo inadvertido, de modernidad rabiosa, que puede ofrecer alguna pista. León XIV anunció y concedió indulgencia plenaria a quienes le vieran –y rezaran con él– en ese momento, pero no solo a los que estaban en la plaza de San Pedro, sino a los que seguían aquello por radio, televisión y redes sociales. Hay que cumplir unos requisitos, pero la indulgencia se gana también por presencia virtual, cuando hasta ahora era imprescindible la física. Quizá no sea muy apreciada, pero es una auténtica revolución en una Iglesia que el nuevo Papa tiene el reto de consolidar su unidad y atraer más personas, como predicó en su primera misa. León XIV parece heredero de León XIII, el revolucionario de la doctrina social de la Iglesia, con la Rerum Novarum, pero también tradicional y otro intelectual. Ambos, y acaso el Espíritu Santo, quizá coincidirían en que «la mayor y más deplorable indigencia es carecer de sabiduría», como escribió San Agustín.
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