Letras líquidas

Bipartidismo y el estilo del rey Salomón

La suma de los dos grandes partidos se sitúa en un intermedio 73,7 por ciento. Y una teoría sobre esa recuperación apunta al crecimiento de la desconfianza ciudadana hacia determinadas exageraciones, cada vez menos productivas

No es cuestión de ponerse en plan rey Salomón, pero hay a quien le importan las cosas comunes y a quien no. Hay madres que apuestan por cortar hijos y otras que los ceden ante la idea de perderlos. Un clásico tan antiguo como la humanidad, aunque hay veces que determinadas circunstancias lo evidencian más. Y el acuerdo para la renovación del CGPJ ha sido un verdadero medidor de «madres» políticas, un reflejo de dos posturas que suponen un modo de estar y de concebir lo que significa la gestión pública. Sin entrar a valorar la letra del pacto (que a estas alturas ya se ha hecho y que, según avance su aplicación, se hará más), solo observando las reacciones de unos y otros, cual «voyeur» informativo, se podría hacer una inmersión en las maneras de la política española de los últimos diez años: pragmatismo versus impacto; fondo versus forma; responsabilidad versus interés.

La llegada de nuevas formaciones marcó lo que muchos consideraron el fin del bipartidismo y empezó entonces uno de esos debates-dilema, de tintes maniqueos, como el de monarquía-república o centralismo-autonomías, confrontando el modelo de dos formaciones que había primado hasta el momento con el multipartidismo. Lejos de lo que pueda parecer, no es solo una disyuntiva cualitativa: no se trata de cuántos partidos conforman el universo parlamentario, sino de cómo son capaces de convivir y gestionarse, porque, al final, el pulso en la competición por los nichos electorales ha desencadenado en algunos de ellos la tentación del abuso del «cuanto-peor-mejor» como eje de la actividad pública. La hipérbole y la exageración degenerando en inacción, con críticas desaforadas a cualquier acuerdo, que es percibido como alta traición en lugar de como parte consustancial del juego legislativo, como el rechazo visceral de Podemos y Vox a la entente puntual de PSOE y PP.

La repetición de ese «modus operandi» por parte de los extremos, tan estresados siempre, parece encontrar su eco en las urnas. Si seguimos la evolución del bipartidismo en el Congreso y comparamos aquel 92,2 por ciento de los diputados de 2008 con el 54 de abril de 2019 apreciamos que ahora, tras el 23J, la suma de los dos grandes partidos se sitúa en un intermedio 73,7 por ciento. Y una teoría sobre esa recuperación apunta al crecimiento de la desconfianza ciudadana hacia determinadas exageraciones, cada vez menos productivas. Que, a lo mejor, lo de cortar hijos ya no es tan rentable. Electoralmente.