Apuntes

La bomba atómica, ¡qué gran invento!

La teoría de la «destrucción mutua asegurada» condena a Ucrania a la derrota

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial y a lo largo de la llamada «guerra fría», norteamericanos y rusos se han cuidado mucho para no enfrentarse abiertamente en los campos de batalla. La guerra se hacía por persona interpuesta, normalmente desgraciados tercermundistas, que eran los que ponían los muertos, y a quienes nunca les faltaba munición, aunque no tuvieran ni para comprar aspirinas. Así, Washington y Moscú consiguieron prolongar las guerras civiles de Angola y Mozambique, con los cubanos sacudiendo a modo a los surafricanos blancos, y si la India precisaba de material soviético para la Fuerza Aérea, pues Pakistán recibía cazas F-86 estadounidenses. Los ejemplos canónicos son Vietnam y Afganistán, también Corea, donde americanos y rusos murieron a millares, unos bajo los RPG y los Kalashnikov, los otros, derrotados por los Stinger antiaéreos, pero sin verse las caras. En las Américas vimos más de lo mismo, y de mis tiempos en Nicaragua recuerdo tomar copas con unos oficiales navales yugoeslavos, bastante comunistas, que pilotaban las lanchas sandinistas en la costa atlántica. Por supuesto, los occidentales asistimos, dolidos pero inanes, a la masacre húngara del 56, a la Primavera de Praga del 68 y al asesinato cotidiano de quienes trataban de saltar el Muro o cruzar las alambradas y campos de minas entre las dos Alemanias.

La crisis de los misiles de Cuba y, décadas después, la disolución de Yugoslavia, pusieron a prueba la estrategia de la contención, que ha seguido funcionando estupendamente, como demuestra el conflicto sirio, con rusos y americanos apoyando a sus respectivas clientelas, pero avisándose mutuamente a la hora de los bombardeos, no vayamos a tener una desgracia. Supongo que los ucranianos son conscientes de que la situación no ha cambiado y de que es muy improbable que la OTAN se arriesgue a una confrontación directa con los rusos. El Kremlin ya no será comunista, pero mantiene los mismos aliados de siempre y, sobre todo, dispone de un arsenal nuclear capaz de devolver a Europa y a los Estados Unidos a la edad de piedra, por más que haya especialistas que ponga en duda que les funcionen unos misiles con ojivas de setenta años.

La realidad es que sigue en vigor la estrategia de la «destrucción mutua asegurada» y que Zelesnki y los suyos lo llevan claro. Vladimir Putin, pasado el inevitable periodo de desajustes militares de toda potencia que ha hecho de su economía y de su sistema institucional un monumento a la corrupción, está reforzando su maquinaria militar y, cuando pasen en marzo las elecciones, pondrá en marcha el reclutamiento general. Como, dada la corta esperanza de vida de sus opositores, no cabe esperar una crisis interna que obligue al autócrata a ceder posiciones, la suerte de Ucrania parece echada. Occidente puede seguir armando a los ucranianos, pero, como ha reconocido el canciller alemán, Olaf Scholz, sería a costa de sacrificar la mayor parte de la industria de consumo para destinar el esfuerzo productivo al sector de Defensa. No sería nada grave, porque los chinos fabrican lo mismo, más barato y con calidades similares, pero se trata de una de esas cosas que te hacen perder las elecciones. Y en Washington, un amplio sector de la población cree, en el fondo, que Putin es un tipo con lo que hay que tener, como Donald Trump. Yo que Sánchez, me iría pensando en conseguir unas bombas.