Apuntes

Breve historia de la España contemporánea

Sánchez es el secretario general de un partido que ya dio un golpe de estado contra la II República española

El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, no defrauda nunca. Así que aquellos que aseguraban que a un tipo como él no se le sacaba de La Moncloa ni con agua caliente tenían razón. Al fin y al cabo, es el secretario general de un partido que dio un golpe de estado contra la II República, justificándolo en la defensa de esa misma República. Como lo de la revolución del 34 está en la Wikipedia, nos ahorramos el relato de los hechos. Baste con saber que, tras asesinar a unos cuantos curas y burgueses y resistirse a tiros montaron un teatro sobre la "represión" y se auto amnistiaron en cuanto llegaron al poder. Ignoro si las leyes de la memoria histórica permiten recordar estas cosas, pero aquello dejó un poso de rencor y de impotencia en media España que puede resumirse en una escena: la del hijo del empresario asesinado, obligado a readmitir en la fábrica al asesino de su padre.

Eso lo hizo el PSOE, aunque fueran los comunistas, que contaban lo mismo que hoy Yolanda Díaz, los que actuaron de punta de lanza en la consecución de unas medidas de gracia que, a la postre, iban a condenar a la República, aunque no solas, porque pueden buscar por la red, que no me apetece mirarlo, el proyecto de ley del Frente Popular que se cepillaba la independencia judicial de un plumazo y que no llegó a entrar en vigor por las circunstancias sobrevenidas que todo el mundo conoce, lo de Franco y los fascistas. Por lo menos, en aquel entonces, los socialistas, con razón o sin ella, se lanzaron al abismo por una revolución que en el crisol de la sangre y la violencia trajera una España mejor, una patria libre e igualitaria, liberadora de las clases trabajadoras, del campesinado, que gemían bajo el yugo del capitalismo y la Iglesia. Al final, tras la matanza, casi todo se redujo a expropiar "fincas manifiestamente mejorables", a montar el "Plan Badajoz", seguir la política de expansión de regadíos de la República –lo de los pantanos–mantener la CAMPSA y la Telefónica en manos del Estado y poner aranceles a cascoporro a los productos del extranjero. Ahí, por supuesto, el PSOE ya no contaba para nada y así hubiera seguido de no ser porque Washington, vía Bonn, apostó por esos "jóvenes nacionalistas españoles" –Felipe González y Cía.–, que parecían, y lo eran, mucho más presentables que el viejo Partido Comunista, escindido en diez o doce facciones, según el grado de infección maoísta.

El PSOE, hizo lo que tenía que hacer. Fue protagonista de la Transición a la democracia, desmontó las grandes industrias que competían con las francesas y alemanas a base de subvenciones a la producción –¡qué tiempos aquellos de los Astilleros y la Siderurgia! – nos metió en la OTAN y en la Unión Europea, apostó por las autovías frente a las autopistas, puso los cimientos del AVE y, también, llegó a un acuerdo con la oligarquía en la línea del chiste del paciente y el dentista. La España socialista fue el éxito de la división horizontal: de cintura para abajo, despendolados liberales; de cintura para arriba, estrictos defensores del capitalismo y el libre mercado.

Al final, al PSOE no le fue tan bien, con la corrupción y esas cosas, y tuvieron que dejar el gobierno. Los socialistas volvieron al machito de manos de los nacionalistas catalanes, vivieron cómo se estrellaba un Rajoy que resultó bastante torpe, pese a la buena voluntad, y su nuevo líder descubrió que la combinación de maniqueísmo y separatismo era la fórmula magistral del poder. Ahora, sólo se trata de pagarles el alquiler de La Moncloa.