Letras líquidas

Café (recién molido, ecológico y con leche de soja) para todos

No es la primera vez que España se enfrenta a una encrucijada de este tipo: el pulso identitario está íntimamente ligado a nuestra historia

Este artículo podría ser una defensa del Senado, el decidido y clamoroso alegato a favor de una de las instituciones más vilipendiadas e ignoradas (a veces más una, a veces más otra, en ocasiones una curiosa combinación de ambas) de nuestro sistema político o podría ser una apelación al origen constitucional como cámara de representación territorial que ha visto mermadas y esquinadas muchas de sus legítimas funciones a lo largo de más de cuatro décadas. O podría ser, también, la alerta (otra más) del desprestigio de los pilares del Estado de derecho y la ratificación de la pérdida de valor de las liturgias democráticas, la desactivación del papel que desempeñan en la organización que nos hemos dado. Este texto podría ser todo esto, y aunque en parte lo es (especialmente después de una semana en la que la Cámara Alta ha acaparado gran parte del protagonismo que suele llevarse el Congreso), a lo que aspiran estas líneas, en realidad, es a convertirse en una reivindicación de los valores intangibles que compactan los anteriores elementos.

El reconocimiento de los principios que vertebran la convivencia y que subyacen bajo la letra fija e inamovible de las leyes revelan toda su importancia en los momentos cruciales. Y, por muchas razones, el actual lo es. Aunque aún no conocemos la dimensión exacta del objeto real del debate en la conversación pública, abiertas como están las incógnitas sobre el alcance y la dimensión de la amnistía y el resto de cuestiones implicadas en la negociación de investidura, lo cierto es que sí sabemos que afectará al siempre delicado ámbito territorial-igualitario. Dos vectores no poco importantes del engranaje social: el artículo 14 de la Carta Magna, la igualdad de todos los españoles, en pugna con los equilibrios administrativos.

No es la primera vez que España se enfrenta a una encrucijada de este tipo: el pulso identitario está íntimamente ligado a nuestra historia. Y, en la más reciente, en la coyuntura en que los padres constitucionales se enfrentaron a los distintos requerimientos de las «nacionalidades y regiones que la integran» se buscó una fórmula para sortear los obstáculos, esquivar las desigualdades y construir una organización equilibrada y equitativa que bien podría actualizarse ahora: revisando aquel «café para todos», guardando su esencia y renovándolo acorde a las necesidades y exigencias de los tiempos. Una especie de «café recién molido-sostenible-ecológico-con una gota de leche de soja sin azúcares añadidos para todos».