Las correcciones

El Club de Mar de Sitges y el Estado Leviatán

Es fundamental preservar estos espacios como testimonio tangible de nuestra memoria colectiva

«A preciados socios, siento comunicaros que hemos perdido la guerra. Hoy Costas, sin avisar a nadie ha tomado posesión del club». Con estas palabras, la junta directiva del Club de Mar de Sitges comunicaba este martes que el Ministerio de Transición Ecológica ponía fin a sus 73 años de historia. El edificio construido por el arquitecto Josep Antoni Coderch, y calificado como Bien Cultural de Interés Local, será posiblemente derruido. Una quincena de trabajadores van a ser despedidos. Para el Gobierno son números, para los que conocemos el Club de Mar de Sitges son Luis, el incansable jefe de sala o Davinia, la todoterreno camarera que hacía las veces de repostera con una Tarta Sacher que nada tenía que envidiar a las de Le Cordon Bleu.Trabajadores locales que han perdido su empleo, no porque el club haya dejado de ser rentable o haya perdido el interés de los habitantes y/o veraneantes de Sitges sino por el estricto y aséptico cumplimiento de una Ley de Costas aprobada en 1998 y modificada en 2014 bajo gobiernos del Partido Popular, y ejecutada por el PSOE.

La piscina María Teresa fue inaugurada por Manuel Azaña en 1932, en una España pre Guerra Civil. El club, como tal, se fundaría en la España de Posguerra, en 1952. Era un espacio intergeneracional creado en torno a una Escuela de Vela y en el que se practicaban todo tipo de deportes náuticos desde la natación a mar abierto hasta el patín catalán. Generaciones de catalanes han pasado por sus campamentos.

Con la toma de control por parte del Ministerio se pone fin a una batalla judicial de David contra Goliat que empezó en 2003. Desde ese año, el Estado arrebató al Club de Mar la concesión administrativa sobre las instalaciones, ya que, según la nueva Ley de Costas, ocupaba espacio protegido, junto a otros locales colindantes, el Kansas y el Picnic. El Kansas cerró, pero El Club de Mar y el Picnic aguantaron. Los dos espacios han sido frecuentados por aquellos que se resisten a que Sitges sea una sucursal de hoteles de Messi y de «beach clubs» de Formentera.

Escribo sobre el cierre del Club de Mar desde Londres. En el Támesis, a la altura de Putney Bridge hay una sucesión de clubes de remo: Putney Town Rowing Club, London Rowing Club o Thames Rowing Club, que ilustran la afición británica por este deporte acuático. Los orígenes de algunos de ellos datan de la Primera Guerra Mundial. El remo es a Inglaterra lo que el patín catalán a Cataluña. Me pregunto si en este país se permitiría que una regulación burocrática terminase con los clubes de remo, como ha terminado con los clubes náuticos situados en el litoral catalán. Me temo que los ingleses, fieles guardianes de las tradiciones sin que eso suponga renunciar a la modernidad, no lo permitirían. Tampoco derribarían un edificio de un arquitecto como lo fue Coderch, una de las figuras más importantes de la arquitectura moderna catalana y española del Siglo XX.

Escribo esto porque creo que es fundamental preservar estos espacios como testimonio tangible de nuestra memoria colectiva, lugares donde las generaciones puedan reconocerse y comprender la evolución de su identidad cultural y garantizar que estos hitos urbanos continúen siendo puntos de encuentro y referencia para los ciudadanos.