Historia

Bruselas

Adiós Europa

La Razón
La RazónLa Razón

Ellos, los modernos, los de las gafas de patilla muy fina y ceñida americana, acabaron por hablar igual que los chiflados continentales. Al poco de llegar Pugidemont a Bruselas cual bandolero zumbado, arrancó la ceremonia del ridículo. «Señor Juncker», le dijo al presidente de la Comisión Europea, «¿es esta UE la que quieren construir, la que apoya a un Gobierno español que ha dado un golpe de Estado?». Más madera: «Europa no puede pretender seguir dando lecciones a China, a Turquía o en Sudamérica si permite violaciones de los derechos civiles en su propio territorio, en Cataluña». Dos días después el presidente menguante amenazaba con un Catexit. Deliciosa palabra que engloba Cataluña, catetismo y salida, exit. El referéndum para abandonar Europa culminaría con una cabriola bufa la imparable secesión del territorio nororiental de España rumbo al pudridero de la historia. Pero alguien ha debido de pedirle decoro. Ayer mismo Pugidemont contraatacó en Twitter: «El caso catalán es una oportunidad para avanzar hacia una Unión Europea más fuerte donde la ciudadanía tenga cada vez más poder de decisión y los Estados tengan menos». Persigue, dice, una Europa «más integrada, más próspera, más democrática y más comprometida». Traducción supersónica: «El caso catalán debiera de ser una oportunidad para avanzar hacia una Unión Europea más débil donde la ciudadanía tenga cada vez menos poder de decisión (los Estados ni les cuento), al tiempo que fortalecemos las patrañas cantonales, la sacrosanta identidad y un concepto del pueblo más cerca del romanticismo mistificador y anticientífico que de cualquier idea surgida de la Ilustración». Respecto a la Europa que persigue, sería «menos integrada, más pobre, menos democrática (excepto si entendemos que el referéndum mejora y hasta aparca los viejos mecanos de la democracia representativa) y más comprometida (con cualquier cosa excepto la igualdad de derechos)». Todo un programa de mínimos químicamente corrosivo que iguala al fugado con la rubia Le Pen y el bocazas Farage, y parte de nuestra izquierda en Babia, en su reconcentrado odio a la Europa de los mercaderes y los burócratas y blablablá. De hecho, es contemplar el ejército de espantajos, carcas, luditas y místicos que reniegan de Bruselas, alineados en sus posturas recalcitrantes, su rencor hacia el progreso, su defensa del localismo, su apuesta por los mitos y su cascabelera nostalgia respecto a unos nacionalismos que a punto estuvieron de suicidarnos a todos durante el siglo XX, es leer las declaraciones de Pugidemont, de los racistas belgas y los atorrantes ultras que siguen a Marine, y curarse de golpe cualquiera veleidad euroescéptica. Con todas sus insuficiencias no hay mejor vacuna para impugnar la barbarie, ni frontera más dramática entre nosotros y el abismo, que la UE. No por nada el presunto golpista amenaza con preguntar a sus ciudadanos la posibilidad de emular al Reino Unido. En serio. Qué pintan ellos en un club que aborrece del separatismo decimonónico y su corte de privilegios asociados. Y es verdad. Lástima que, lejos de irse solos, aspiren a llevarse bajo el brazo un considerable fragmento del país, habitantes y PIB incluidos. A ser posible mientras aplaude el resto de Europa y en España aullamos de júbilo.