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Hace poco más de cuatro años Pedro Sánchez no tenía ninguna posibilidad de liderar el PSOE, el liderazgo natural de la organización lo tenía Susana Díaz.

Pero, en política, ocurre a menudo que las circunstancias son más importantes que las propias cuestiones de fondo y la coyuntura hizo que la entonces presidenta andaluza decidiese que era necesario un tiempo de transición entre el liderazgo de Rubalcaba y el suyo propio.

De esta manera, Pedro Sánchez ganó la Secretaría General del PSOE de forma interina en una reducida reunión en un hotel madrileño aunque, posteriormente, fue formalmente votado en las elecciones primarias de julio de 2014.

No llegó a la dirección del partido para ser el candidato a la Presidencia del Gobierno, pero la suerte, sus aciertos y los errores de otros, le llevaron a ser el cabeza de cartel en dos ocasiones y, contra todo pronóstico dados los resultados, presidente del Gobierno de España.

Si se mira en retrospectiva parece que el líder socialista haya desafiado las leyes de la probabilidad o que la lógica política hubiese quebrado, ya que con 84 diputados no se puede gobernar.

Lo que ocurre en realidad es que todos los partidos han entrado en una espiral que tiene más que ver con su lógica de control y hegemonía interna que con un intento serio de liderar con un proyecto la sociedad, por eso actúan de modo irracional a ojos de los espectadores.

Solo así se explica que sea noticia que el ex presidente Aznar pida el voto para el Partido Popular o que Errejón haya dado la puntilla al experimento que puso en marcha con su ex amigo Pablo Iglesias.

La vuelta de Aznar, después de coquetear con Rivera, e incluso con Vox en los últimos días, se ha interpretado por avezados periodistas como un espaldarazo a Pablo Casado, pero, en realidad, no es otra cosa que la escenificación de la recuperación de poder interno.

Lo de Podemos es más grave aún. Carmena, que es alcaldesa por los votos podemistas, se alía con Errejón, designado candidato por Iglesias y deciden liquidar definitivamente la organización. La reacción del líder morado ha sido tan visceral como difícil de interpretar: candidatura alternativa desde Podemos a Errejón y respaldo y apoyo electoral a la alcaldesa.

Las incoherencias y contradicciones de los partidos políticos pueden llegar a ser entretenidas para una sobremesa, el problema es que repercuten en las estructuras del sistema democrático.

De esta manera, para que Pablo Casado tuviera una convención tranquila ha sido necesario cambiar de opinión en eso de que gobierne la fuerza más votada y, además, permitir que la extrema derecha se institucionalice.

Como Iñigo Errejón no ganó Vistalegre en su momento, se marcha de Podemos, cuando faltan tres meses para las elecciones, volatilizando cualquier posibilidad de que la izquierda gobierne en las instituciones madrileñas.

Albert Rivera, que necesitaba bien ganar al PP en Andalucía, bien tocar poder en el gobierno autonómico, ha pagado gustoso el precio de pactar con la extrema derecha, algo raro para un centrista vocacional.

Y para que Pedro Sánchez consolidase su débil posición en el PSOE debía ser cuanto antes presidente del Gobierno, que era algo distinto a ser el responsable del desalojo del PP del poder.

Es decir, que no bastaba con la moción, porque eso no le aseguraba el poder a medio plazo, necesitaba gobernar, aunque fuese con los independentistas al precio de desangrar los valores y los votos del PSOE.

Es posible que el Gobierno haya iniciado su propia agonía, lo malo es que ni siquiera sabe por qué.