
Julián Redondo
¡Alarma!

Es tanto el miedo que infunde el Atlético que en el entorno azulgrana recelaron de inmediato del nombramiento de Felix Brych. Consideran que el árbitro alemán es muy permisivo y que favorecerá el fútbol rojiblanco de rompe y rasca (de rascar, de áspero); fútbol que agota, sin concesiones, de contacto, siempre al límite, intenso, superior incluso al que practica el Espanyol, que tanto le hizo sufrir. Recordarán en Barcelona cuando el Atlético de Pastoriza les sacudió en el Camp Nou más que a una estera, arrancó un empate a uno y encima ganó 3-1 en el capítulo de expulsados: Amor, Bakero y Koeman por Vizcaíno. Pero este Atlético poco o nada tiene que ver con aquel de la temporada 92-93. Éste es más equipo y tiene más fútbol. Sin embargo, quien puede que de verdad asuste a la parroquia barcelonista es Diego Costa, más aún ahora que Pinto es titular por la grave lesión de Víctor Valdés. Y no es lo mismo un portero que otro.
Sin embargo, parece que la suerte que tanto sonríe al Barcelona de una u otra forma últimamente, tampoco en este encuentro le dará la espalda incluso antes de comenzar: Diego Costa está lesionado, tal y como salió de San Mamés. Quien por sus hazañas, y sus goles, su lucha, sus carreras, sus desbordes, su garra y su ambición es algo así como el 50% del Atlético, se retiró prematuramente del entrenamiento y no parece una maniobra. Partió serio, él que es la alegría de la huerta, y se puso en manos de los médicos. Simeone no sabrá hasta hoy si podrá alinearlo. Cualquier contratiempo físico es inoportuno; el de Costa, trascendental. Sin él pierden, y mucho, el Atleti y el espectáculo; en cambio, ganarán en tranquilidad el Barça y el árbitro, porque mira que da guerra el buenísimo de Costa, la pesadilla, el incordio por excelencia.
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