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Normalmente, se levanta uno por la mañana y nada más quitarse las legañas y resetear la cabeza con las preguntas fundamentales (cómo me llamo, dónde trabajo, a qué hora entro y dónde está el baño) le entran a uno ganas de meter la cabeza en un cubo y regresar a la cama y taparse como un gatito. Qué antipáticos se ponen algunos días, qué siesa es la actualidad, qué pesadísima es, por el amor de Dios. Así que estoy con el Papa Francisco. Y cuándo no estoy con el Papa Francisco, ahora que lo pienso. El Papa Francisco está convencido, y para ello ha convocado la Jornada Mundial de las Comunicaciones, de que hay que apostar por la alegría, al menos la esperanza, al menos una buena noticia al día. Y si los periodistas nos pusiéramos a ello y a Vds les hiciera gracia, estoy segura de que habría muchas buenas razones para llenar de contenido la moral y poder contemplar el mundo con buenos ojos. Pero no hablo de contar pamplinas, ni moñeces, ni cursiladas. Ni siquiera de hablar del Atleti y contar que hay victorias que jamás podrán igualar a los derrotados y al nexo que encuentran cuando se miran a la cara. Hay gente tan buena en el mundo, hay tantos ángeles entre nosotros que están siendo capaces de cambiar la dinámica natural de la vida, que nos estamos perdiendo un filón si los ignoramos. Las noticias son las que son y generalmente existe sufrimiento en ellas. Pero si escarbamos un poquito, si arañamos sin temor a perder la manicura, en todas las historias hay siempre alguien dispuesto a no rendirse, a luchar, a donar, a pasar un rato libre con alguien que lo necesita, a apretar una mano, a dar un abrazo. El ser humano puede ser letal, de acuerdo, pero hay tanta gente buena que seríamos estúpidos si no contempláramos cuántas cosas también buenas suceden a diario, a veces renaciendo de un calvario. Es la vida. Así de simple y compleja. Y así de paradójica y feliz. Así de cabrona, a veces, y a veces tan maravillosa que da miedo. Salgamos a contarlo, que también es Palabra de Dios.

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