El desafío independentista

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La Razón
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Dice Arturo Pérez-Reverte que el 1-O le va a pillar en el extranjero y que pasará vergüenza, cuando sus colegas lo miren con lástima, como súbdito de un país surrealista hasta el disparate. Y Arturo, que tiene ya las pelotas negras del humo de mil combates, atribuye el desastre a tres grupos de españoles, catalanes y no catalanes: los oportunistas, los cobardes y los sinvergüenzas. No seré yo quien enmiende la plana a nuestro mejor novelista, pero más allá de una clase política capaz de demolerlo todo con tal de mantenerse en el poder, los males que padecemos y el bochorno que nos atribula tienen que ver con el deleznable material humano que hay en nuestro tejido social. Claro que hay gente extraordinaria y de vez en cuando, como luminarias, aparecen tipos de primera como ese Ignacio Echeverría, capaz de enarbolar su ‘skateboard’ y liarse a mandobles, sólo y a pecho descubierto, contra los terroristas islámicos de Londres. Pero al lado de los Ignacio, Nadal y todos esos héroes anónimos de nuestra Guardia Civil o de dónde sea, medra en estos pagos un nutrido contingente de tarados, analfabetos y manipulables sin brújula moral. Que la estrella mediática de la Diada haya sido el abominable Otegi y que a menos de cinco kilómetros del Hipercor de la masacre, hicieran cola embobados docenas de independentistas para hacerse «selfies» con él, produce vómito y tendría que sonrojar a Puigdemont, Junqueras, Colau y esos orondos burgueses, a los que la CUP terminará corriendo en pelo. Hubiera sido más propio que, en lugar de llevar un cartel con el anagrama «Eh Bildu», Otegi y su cuadrilla hubieran portado otro en el que rezara: «Mis amigotes de ETA y yo matamos a 54 personas y dejamos heridas a 224 en Cataluña y ahora estos gilipollas me aplauden como si fuera una estrella de rock». Estamos hartos de ver indignidades similares en el País Vasco y ahítos de escuchar a fantoches como Pablo Iglesias, Anna Gabriel o Willy Toledo alabar a los matarifes, pero lo de Barcelona ha sido droga dura. Faltan exactamente dos semanas para el aquelarre y debo confesarles que he recuperado la fe en Mariano Rajoy. Tras el Consejo de Ministros del viernes y viendo que ha metido en faena a Montoro, que no es de los políticos del PP a los que asuste perder puntos del «carnet de progre», creo que vamos por el buen camino. No habrá «referéndum» digno de ese nombre y el viaje les va a salir por un pico a los golpistas. De esta, le damos la vuelta a la ola.