María José Navarro

Chapuzas

La Razón
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Gallardón y Cerezo firmaron un viernes a finales de 2008 el certificado de defunción del Estadio Vicente Calderón, calificado por la Uefa como cinco estrellas. Que Enrique Cerezo no haya tenido jamás consideración alguna con los que nos resistimos a las bondades del traslado no me extraña en absoluto: ya estamos acostumbrados a que esgrima que el club es suyo para hacer lo que le parece sin contar con los socios. Mucho más chocante nos parecía a algunos que el entonces alcalde de Madrid despreciase no sólo a los atléticos sino a los ciudadanos de su ciudad, algo acostumbrados, la verdad, a que éste señor nos metiera en obras faraónicas sabiendo de antemano que no se acabarían bajo su mandato y conociendo, además, su gusto por considerar a los vecinos como incapaces para entender algunos de sus razonamientos. Gallardón llevó el acuerdo con los dueños del club colchonero con un oscurantismo sospechoso y ni siquiera tuvo a bien el día de la firma explicar los pormenores de una operación que incluye un parque para lavar conciencias y luego un porrón de pisos de precio libre para estar en lo que en el taco, amiguitos. Llegó Carmena y pensamos por un instante que quizá las cosas serían de otra manera, que se desechase definitivamente la especulación y el negociete descarao pero, a pesar de los recursos, de las paralizaciones y del olor a muerto, el despropósito siguió adelante. Es más, ya hemos tenido que elegir los abonados nuestra zona favorita en la Peineta para el traslado. Cuando todo esto ya se ha hecho y consumado, dice el Ayuntamiento de Madrid que no está garantizado que ese estadio quede listo para agosto de 2017, fecha fijada para su apertura como sede de los partidos del equipo colchonero. El problema radica en que el Atleti cambió un estadio y su suelo por una carcasa a las afueras. Ni es dueño del terreno, ni los accesos son buenos. No me extraña que la Uefa haya elegido Kiev para la Final de la Champions de esta temporada. Como para fiarse.