Alfonso Ussía

Del caoba al naranja

Tengo la impresión, que alcanza el ámbito de la plena seguridad, de que soy de derechas. Me ha gustado siempre la estética soviética por una razón muy sencilla. La URSS quedaba muy lejos y a mí me llegaban tan sólo las imágenes del frío y la música revolucionaria de los coros del Ejército Rojo dirigidos por Boris Alexandrov. Pero no. De izquierdas no soy. Me irrita el buenismo barato, el feminismo profesional, el ecologismo «sandía», los movimientos solidarios, el pacifismo violento, y de un tiempo a esta parte, las mujeres teñidas de caoba, naranja y rosicler. Carmen Rigalt lo escribió días atrás en su página del fin de semana en «El Mundo». La derecha –y ahí coincidimos con los árabes–, adora a las rubias, en tanto que la izquierda pierde la cabeza por una ídem coronada con una melena mandarina.

No he conseguido comprender qué razón o qué proyectos vitales llevan a las mujeres para teñirse el pelo con colores tan extravagantes, agresivos y adversos a la armonía. Si lo que intentan es establecer un signo de identidad de imposible confusión, lo han conseguido con creces. Vuelvo a lo de Chumy Chúmez, que se lo birló Paco Umbral en un gran artículo. A la derecha le gusta olvidar sus pesares –que los tiene, y hondos–, y divertirse con sugerente frivolidad cuando se reúne. La izquierda atosiga, y pretende darle a cualquier nimiedad una profundidad trascendente. A lo de Chumy voy. El gran intelectual de la «Cultura» de la izquierda aguarda en la cama mientras lee una crítica de cine en «El País». Ella se está desnudando para compartir el lecho y echar un quiqui. Pero ese hecho tan sencillo, como es el de desnudarse para meterse en la cama con un maromo, no es de izquierdas si no se le concede un plus de hondura intelectual, de tal modo, que al desprenderse con gesto de gran tristeza de las bragas, comenta con un tono de voz altamente solidario: «Estoy muy preocupada con el tema palestino». La mitad de las que se quitan las bragas preocupadas por el «tema» palestino, llevan el pelo teñido de caoba, caoba clara, caoba brillante, sepia anaranjado, naranja de Valencia, naranja de Sevilla, mandarina ardiente, rosicler tímido, rosa subido o rosa devastador. Quien presuma de buen observador no puede perder la ocasión de contar cabezas teñidas en esos tonos cuando asisten a reuniones o mítines de «Bildu», Izquierda Unida y demás formaciones políticas afines. Todas ellas pertenecientes a mujeres que se dicen «muy cultivadas», y ahí coincido con Nathalie Clifford Barney, la gran escritora indolente, cuando afirmó que al oír que una mujer era «muy cultivada» se la figuraba con rábanos, nabos, coles de Bruselas y zanahorias surgiendo de sus orejas. Se me había olvidado incluir en la relación de tonos el zanahoria en sus diferentes versiones. El zanahoria «abertzale», el zanahoria «La tierra es para quien la trabaja» y el zanahoria Lidia Falcón.

A medida que la vida avanza, las preguntas empiezan a aburrir y las respuestas se hacen tópico, simpleza y elementalidad. –¿Por qué se considera usted de derechas?–; –porque no me gustan las mujeres teñidas de naranja–; –¿tampoco le gustan las mujeres teñidas de azul, como Lucía Bosé?–; –menos aún–; –pues lamento decirle que usted es un fascista–; –muchísimas gracias–.

Me siento muy orgulloso de este texto. No se me ocurría absolutamente nada y creo, a mi modesto entender, que he salido airoso del trance. Hay días de nubes y desidia, y hoy es uno de ellos. No obstante, nada he escrito por escribirlo sin que forme parte de mi verdad, que no tiene porqué ser la verdad, que allá cada cual con la suya.