Luis Alejandre
Demasiado tarde
El general Douglas Mac Arthur, el hombre que obligó al Imperio japonés a firmar su rendición al final de la Segunda Guerra Mundial, nos dejó una reflexión más que aplicable al convulso mundo de hoy: «La historia de los fracasos en la guerra puede resumirse en dos palabras: demasiado tarde. Demasiado tarde en comprender el letal propósito del enemigo; demasiado tarde en tener conciencia del mortal peligro; demasiado tarde en lo tocante a la preparación; demasiado tarde en la unión de todas las fuerzas posibles para resistir; demasiado tarde en ponerse al lado de nuestros amigos».
Cada párrafo lleva implícita una fecha, cada palabra alberga algún fracaso, cada error entrañó el sacrificio de miles de personas. Y como reconoció recientemente Manuel Valls, el primer ministro francés: «estamos en guerra».
Reconocerá el lector que no utilizo la expresión «mundo convulso», gratuitamente. Saliendo con dificultades de una crisis económica y social, no lo hemos hecho precisamente fortalecidos moralmente, como sucedió con aquella sociedad de finales de 1944 y 1945. Aquel «sangre , sudor y lágrimas» que sólo podía ofrecer Churchill a su población, entró de lleno en los genes de una generación de ciudadanos libres y a la vez tenaces, sacrificados y patriotas sobre los que se asentó firmemente una nueva y sólida sociedad.
Pero hoy salimos de la crisis envueltos en la incertidumbre, por diferentes vías que no facilitan precisamente un esfuerzo común como el que precisa Europa. Con una opinión pública que no confía en su clase política; con la consecuente aparición de proyectos políticos subliminales que pueden llevarnos a un callejón sin salida. Porque como nos decía Benjamín Disraeli: «Los experimentos en política, significan revoluciones».
Y por encima de todas estas y otras múltiples causas, aparece y reaparece un peligro violento, dramáticamente insertado en nuestras sociedades, fanatizado por la interpretación sesgada de una religión y que consigue atenazar a una opinión pública, a una población de millones de ciudadanos, en una guerra sin cuartel. Porque las trincheras están no en las islas del Pacífico o en los campos europeos. Están en unas Torres Gemelas, en unos trenes de Atocha, en un Metro de Londres o en la redacción de un semanario parisino.
Mac Arthur nos preguntaría hoy: «¿cómo actuasteis en Afganistán?;¿lo de Irak fue un negocio de la industria armamentística o fue la liberación de una sociedad?; me he enterado que ahora debéis regresar, me pasó a mi en Filipinas; pero ¿quién montó lo de Libia?; ¿estais seguros de lo que hacéis en Siria?; ¿de verdad os extraña que las milicias del EI, acampen entre Siria e Irak?».
Contempla este momento una sociedad próspera y tecnificada, que extralimita el poder de sus derechos y olvida lo esencial de sus deberes. Una sociedad instantánea, donde todo se sabe al momento, pero ceñido a unos limitados tipos, a unos titulares, sin reflexión, sin ponderación. Y allí cabe la manipulación, el insulto, la amenaza, el odio, la mentira, el miedo. Se puede hundir la honorabilidad de una persona, una carrera de prestigio, en cuestión de segundos. Y ante estas constatadas debilidades, alguien que sabe utilizar estas armas declara su guerra, que no es otra que la de torcer voluntades, la de chantajear a una población, utilizando el propio miedo al miedo.
Toda esta trama de inseguridades se traslada a nuestra vida política. Pendientes de una elecciones en Grecia, ya dibujamos otras programadas o sobrevenidas a nivel nacional , autonómico o local. Es como si toda nuestra vida política estuviese en fase de consulta. Mientras tanto, unos arañan para romper la necesaria cohesión, bien con movimientos centrífugos, bien ensalzando el terrorismo amparados en una enfermiza pretensión de legítima lucha política. Su vanagloria, su ostentación, su rencor, sólo conducen a perpetuar el dolor que causaron, a impedir que se consoliden lazos de perdón. Nos acaba de dar otra gran lección José Antonio Ortega Lara, ante la muerte del hombre que cruelmente le retuvo secuestrado en un zulo durante 532 días: «deseo que encuentre la paz que quizás no encontró en vida». ¡Gran diferencia con los que aun no han mostrado el menor arrepentimiento por los crímenes de Hipercor o de la casa Cuartel de la Guardia Civil de Vic!
Por supuesto en estos momentos nos jugamos nuestro futuro inmediato, pero también muy particularmente el futuro de las generaciones que nos siguen. Y aquí hay que mantener firme y vigilante la guardia. Las crisis crean –no olvidemos la historia de la Alemania de Hitler– expectativas peligrosas en las que pueden seguir apareciendo desde el endiosamiento de un líder, hasta verdaderos manipuladores de redes sociales –Hitler utilizó la radio en aquel tiempo– que hacen de las medias verdades e incluso de la mentira su credo.
Ortega nos dijo: «Cada realidad ignorada, prepara su propia venganza». En forma resumida no andaba lejos de la reflexión de Mac Arthur. Hoy, no podemos afrontar nuestros problemas demasiado tarde.