Ely del Valle

Días de gloria

Gibraltar y España siguen a partir un peñón, en parte porque el pícaro Picardo continúa dándose pisto en plan Fausto remitiéndose al cambio climático del infierno como fecha estimada para la retirada de los bloques, y en parte porque nos vamos enterando de que el afán expansionista de los gibraltareños se ha venido nutriendo de arenas españolas protegidas, restos arqueológicos, roca patria expoliada y desechos contaminantes en general. En fin, que a la hora de la verdad no se ha hecho ascos a nada. Picardo sería capaz de rellenar agujeros con los monos de Peñón si fueran españoles. La que no está muy clara es la postura de los ecologistas, que ven el vertido de hormigón en la Bahía con la impasibilidad de una cuchara de palo y, sin embargo, con los plásticos y los hidrocarburos se ponen como motos. Se ve que hay contaminantes con bula.

Pero volviendo a Picardo, lo que no se puede negar es que el hombre está viviendo sus minutos de gloria. Nunca en su vida va a tener otra oportunidad de hablar tanto y de que alguien le escuche. La megalomanía que le ha llevado a querer convertir, tacita a tacita, a Gibraltar en la península de Florida, le ha hecho creer que codearse en titulares con los grandes protagonistas de la política mundial le convierte en uno de ellos, y que como tal, puede andar de la ceca a la Meca sacando pecho. Picardo no quiere dialogar porque un acuerdo siempre sale más caro que llevárselo crudo, y porque, sin conflicto con España, vuelve a convertirse en un oscuro ministro principal, que en el escalafón político viene a ser ni carne ni pescado. Ni más titulares, ni más entrevistas. Mala cosa para un rey Midas que se cree capaz de convertir un pedrusco en el ombligo del mundo.