César Vidal
El pecado de Christie
Hace algo más de un año, cuando cubría para este diario la campaña presidencial en Estados Unidos, tuve ocasión de escuchar a multitud de políticos demócratas y republicanos. Uno de los que más me llamó la atención durante la convención republicana fue Chris Christie, el gobernador de New Jersey. Ocurrente, duro, incisivo y provisto de un mensaje que en España se denominaría liberal, Christie parecía un futuro candidato a la Casa Blanca si Romney –como entonces vaticiné– era derrotado por Obama. Efectivamente, tras ser reelegido como gobernador, Christie había comenzado a aparecer en las últimas semanas como el candidato más seguro de su partido para la nominación. Sin embargo, en estas carreras sucede no pocas veces como en los cónclaves donde ya se sabe que el que entra papa sale de cardenal. Hace apenas unos días, se produjo un atasco en el puente George Washington y Christie tuvo que dar explicaciones en público. El gobernador pidió disculpas y decidió llevarse por delante a alguno de sus subordinados más importantes para salvar la cara. Pero, al fin y a la postre, la impresión que ha quedado en no pocos es la de que Christie no tuvo el menor reparo en alterar la vida de un municipio mediante un embotellamiento con la intención de fastidiar al alcalde demócrata de Fort Lee que no le prestó su apoyo en las pasadas elecciones. Para no pocos españoles semejante conducta parecerá normal e incluso deseable, pero a Christie le puede costar la nominación. En otras palabras, perjudicar a los ciudadanos, aunque sea por unas horas, para vengarse de un político, aunque sea del otro partido, es absolutamente intolerable. No es magra lección cuando estamos acostumbrados a las continuas zancadillas entre CCAA, ayuntamientos o Gobierno central simplemente porque resulta insoportable que el adversario político pueda apuntarse un tanto y es preferible, por ejemplo, dejar que los ciudadanos se vean sepultados entre bolsas de basura o privados de asistencia médica. Esa conducta, ciertamente indigna, puede poner a Christie fuera de juego. Aquí hasta cabe la posibilidad de que te proporcione el gobierno de una alcaldía o una CCAA. Se trata de la elección entre la política como vía para que algunos medren a costa del ciudadano o, por el contrario, como un sendero en que se puede hacer carrera, pero sólo a condición de servir a los contribuyentes y no de dificultarles todavía más la vida. Por eso, Christie ha cometido un pecado que, para el norteamericano medio, es difícilmente perdonable.