Fallece Di Stefano

El «taconazo» y las medias

De cintura para arriba, Alfredo di Stéfano con la camiseta del Madrid; para abajo, unas largas piernas femeninas. Habla el mito: «Si yo fuera mi mujer, luciría medias Berkshire». Brama el madridismo... Protestó don Santiago y le abroncó el Bernabéu, hasta que el balón desfiguró las piernas de la señorita y la realidad se abrió paso en medio de la publicidad. Fue un adelantado a su época. Muchos años después, entrenador del Real Madrid. Antigua Ciudad Deportiva, de cuando en las instalaciones había más jugadores que periodistas. En la puerta de entrada al campo principal, el flamante coche nuevo de Di Stéfano, un brillante Opel color purpurina. De guardia, Manolo Lama y servidor. Lama, apoyado en el capó. Aparece el míster, mucho menos sonriente que en aquel anuncio. «Ché, ¿no tenés otro sitio para recostarte? ¿Estás cansado? El coche es mío». ¡Uff, qué carácter! Y, sin embargo, resultaba entrañable. Genio y figura.

Futbolista inmortal, inolvidable. Incluso entre aficionados ocasionales al fútbol, de los que jamás pisaron un estadio, supieron de su entrega, de sus goles y... de su taconazo en Valladolid. Quedó la imagen para la posteridad; la espuela especialidad de la casa, detalles memorables de quien brillaba como una estrella y trabajaba cual estajanovista. Lo entregaba todo; era tal su ambición que en la derrota temblaban los muros del vestuario. Alguna bota estrelló contra la pared tras un partido perdido. Cuando Alfredo hablaba, todos callaban, y cuando se enfadaba, en la caseta todos bajaban la mirada. Se adelantaba al entrenador en la reprimenda. Ganador nato.

Era el futbolista total, el genio que a medida que la edad fue apartando de la profesión dulcificó el semblante. Era un conversador magnífico a quien daba gusto escuchar. Oírle era aprender, del fútbol, de la vida. En ocasiones, arisco, tosco, huraño, timidez que la edad doblegó; siempre directo. Se hacía querer por todo lo que sabía, gramática parda de una existencia triunfal, profunda y sublime. Por eso cuando en el ocaso despertó al amor y le vimos salir de un juzgado en silla de ruedas, resignado y vencido, nos conquistó más. Aquel entrenador que regañó al periodista sólo por apoyarse en su coche era otro hombre. Ni mejor ni peor, más cercano, más viejo y con la mente maravillosa.

Helenio Herrera, otro de los grandes talentos del fútbol, cuando el árbitro expulsó a un jugador de su equipo, posiblemente del Atlético, llegó a decir que «se juega mejor con diez que con once». No era Di Stéfano, el amigo de Luis Aragonés a quien éste respetaba sobre todas las cosas, y desde ayer posiblemente juntos, de esa opinión: «Al fútbol se juega mejor con once, y si es con doce, todavía mejor», espetó cuando el trencilla le dejó con uno menos.

Hoy, todo el fútbol de la tierra, porque Di Stéfano fue futbolista universal, entrenador con pedigrí y ameno conversador, llora su ausencia y se refleja en la emoción de Florentino Pérez al despedirle. Descanse en paz, míster, se lo ha ganado.