César Vidal

En nombre de la Solidaridad

A finales de los años ochenta, la Unión soviética y el Pacto de Varsovia parecían más pujantes que nunca. Con todo, la vulnerabilidad del sistema comunista quedó de manifiesto gracias a Lech Walesa, un obrero polaco, dirigente de un sindicato llamado Solidarnosc (Solidaridad). Walesa conocía de primera mano los huecos de la dictadura y también la forma de utilizarlos en favor propio en medio de una población más que harta de no ser como Occidente en lo material y de soportar al histórico enemigo ruso en lo político. Ahora sabemos que Juan Pablo II intentó tascar el freno a Walesa temeroso –no sin razón– de que el Kremlin ejecutara en Polonia la misma táctica que en Hungría y Checoslovaquia. Walesa, como en España habían hecho Marcelino Camacho y sus Comisiones Obreras, estuvo encantado de aceptar el amparo de las parroquias, pero marcó su propia estrategia, la de enfrentarse con el régimen hasta donde pudiera, aprovechar el apoyo mediático de la diáspora polaca en Estados Unidos y recibir la ayuda de la CIA. Cualquiera que viajara a Polonia en esa época recuerda cómo en los museos o en los cines hasta los empleados llevaban una insignia del sindicato en desafío a un sistema político aborrecido. Al final, como se había temido el Papa, los comunistas se hartaron y acabaron interviniendo. Pero ya no fue igual. Los tanques soviéticos brillaron por su ausencia y todo quedó en un golpe militar que – paradojas de la vida – en España aplaudió la extrema derecha convencida de que semejantes pasos sólo los dan militares al estilo de Franco o Pinochet. Al cabo, el telón de acero se cayó gracias a la defección de un agente de la KGB. Walesa nada tuvo que ver, pero su imagen quedaría para siempre ligada a la lucha por la libertad.