María José Navarro

Europa

La Razón
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En Lesbos, trabajando casi a destajo, hay un grupo de socorristas salvando vidas. Hasta el pasado mes de septiembre lo hacían en playas catalanas. Tenían la misión de permanecer atentos desde sus atalayas y, de vez en cuando, auxiliar al que lo necesitaba.

El que lo requería normalmente era un veraneante, un turista, un grupo de amigos que salen en un chinchorro a dar un rulo y se meten en un lío. Hace seis meses el director de esa empresa que gestionaba los servicios de ese grupo de socorristas vio las imágenes de cuatro niños muertos, cuatro niños que habían abandonando sus casas con sus padres para buscar esa vida mejor que dicen tenemos en Europa. Sacó sus ahorros, todo lo que tenía, y se fue a Lesbos con sus currantes. Desde entonces ya son tres embarcaciones y dos bases de operaciones las que tienen. Se llaman Proactiva Open Arms y pagan su estancia allí gracias a los donativos.

En el otro extremo, está la Unión Europea, tan dada a guardar minutos de silencio huecos, tan acostumbrada a la alfombra y a resolver los problemas con un boli caro que ya es incapaz de saber y de sentir lo que de verdad pasa, lo que la gente sufre, piensa, las razones que les llevan a dejarse morir o matar. Ante todo eso, la Unión Europea pone un sello y a otra cosa. Es más, están tan sumamente ajenos que se permiten saltarse sus propias leyes, las que ellos mismos han firmado con el boli caro. La Carta de Derechos Fundamentales de la UE prohíbe explícitamente las expulsiones colectivas y justo eso es lo que se proponen hacer los Veintiocho, expulsar a territorio turco a los migrantes que lleguen a través de Grecia.

A cambio, dejaremos a Turquía entrar en ese selecto club y haremos la vista gorda a su pisoteo de derechos fundamentales. Bueno, qué más da si nos hacen la limpieza, ¿no?