Carlos Rodríguez Braun

La bici comunista

La Razón
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Repasamos en un artículo anterior la ola de burlas contra Juan José Echevarría, concejal de UPN en el consistorio de Pamplona, que a propósito de un plan para ampliar el carril bici aludió a los millones de muertos provocados por el comunismo. Vimos también que el destinatario de sus críticas fue el concejal radical Armando Cuenca, de Aranzadi-Podemos-Equo, cuyo objetivo político es: «lo que más me motiva es echarlos. Echarlos a todos y que tengan que buscar un curro como la gente corriente. Que tengan que dejar de enchufar a sus amigos... que dejen de privatizar todo».

Esto es absurdo, porque nadie quiere privatizar todo, y porque los radicales de Podemos y sus confluencias se han destacado precisamente por enchufar a sus amigos en ayuntamientos y autonomías de media España.

Pero dejemos esto de momento y vayamos al centro de la cuestión. ¿Se puede hablar seriamente de la bici comunista, o el señor Echevarría se fue por los cerros de Úbeda e hizo un clamoroso ridículo, como aseguraron los medios?

La propuesta del señor Cuenca consistía en ampliar en un 50 % los 60 kilómetros de carril bici que ya posee la capital navarra, con un coste de cuatro millones de euros a cargo de los contribuyentes pamploneses. Además, quiere restringir el uso de los coches y limitar a 30 km/h la velocidad de los automóviles en toda Pamplona, «para evitar atropellos», claro. Sólo excepcionalmente se podría circular a 50 km/h. Dirá usted: ¿qué tienen que ver estas ideas, compartidas por otra parte por muchos otros políticos, en especial de la izquierda, con los campos de concentración comunistas?

Y, sin embargo, por asombroso que parezca, algo tienen que ver, aunque la relación no sea obvia. Las tiranías socialistas rara vez se imponen con asesinatos masivos en sus comienzos; los miles de presos políticos, los crímenes y genocidios suelen llegar más tarde, y no son uniformes ni en el tiempo ni en el espacio. Pero siempre el socialismo propende a cambiar la sociedad de arriba abajo, y en particular cambiar el sitio donde viven la mayoría de los trabajadores: siempre quieren cambiar las ciudades. Ese cambio se produce habitualmente violando la convivencia y quebrantando los derechos de los ciudadanos, a los que se culpabiliza por impedir la convivencia. Así se entiende la persecución, entre otros, de los automovilistas, tratados como criminales.

No es un monopolio de la izquierda, porque hemos visto a ciudades gobernadas por la derecha, en España y en el exterior, cuyos ayuntamientos también se han esmerado en hostigar a los conductores y en pensar que lo mejor son las bicis, que deben ser privilegiadas frente a lo demás. Pero es verdad que la izquierda se destaca en su pasión antiliberal con la excusa de la ecología y la movilidad. En un próximo artículo culminaremos el análisis de la relación entre las inocentes bicicletas y los nada inocentes comunistas.