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La moza portavoza

La Razón
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La incultura no conoce conexiones neuronales o sexos polisementales donde no pueda anidar. La Academia es un sanedrín represivo. Una checa de las palabras, fusiladas en cuanto alguien osa pronunciarlas de otro modo. Cambien también las normas del inglés o del francés. Todos los idiomas son machistas, sólo que no nos hemos dado cuenta. La estupidez ha demostrado que puede llegar más lejos aún. Irene Montero ha vomitado sobre el diccionario y se ha autodenominado «portavoza» que es una voz, o una voza, que no existe. Al querer hacerse visible, ha desaparecido. Lo que tiene ser fantasma. Estas pretendidas feministas o feministos, vuelven a frivolizar con la igualdad como si fuera cosa de una letra o como si se arreglara con un caprichoso cambio en el diccionario. Borremos «pobre», por ejemplo, o «refugiado» o «muerto». La realidad no sale, sin embargo, de la biblioteca de Borges. Está en la calle. Montero, desde ahora Montera, juega con el lenguaje, siempre tan perverso, o tan perversa, para dejarse en ridícula y alcanzar el papel protagonista que no lograba desde hace meses, resignada a hacer de actriz secundaria de un partido en declive. No es ignorancia, es ideología. Montera comunica que las mujeres al poder pero su partido y las purgas, entre las defenestradas muchas mujeres, lo dirige un hombre con dos colas.