Historia

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Las personas de la Historia

La Razón
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Hubo un asesor de George W. Bush que, después de haberlo visto todo, concluyó: «Siempre había pensado que la Fox (el canal que mantiene en una eterna clase de halterofilia al ala radical del Partido Republicano), trabajaba para nosotros pero es al revés, nosotros (el Gobierno) trabajamos para la Fox». Este enfoque plano y masivo que mezcla la televisión con el consumo en las redes presenta a los mandatarios como material a depredar, aptos para el mismo entretenimiento que procuran los minivídeos de mascotas del whatsapp. Ignorada toda la complejidad del poder, el político, sea tirano o prudente, naufraga hoy desprovisto de cualquier atributo que no sea servir de pimpampúm o de hazmerreír para la masa. Esa que tricota sin descanso en los móviles. En «Las personas de la Historia» (Turner), Margaret MacMillan ha indagado en los liderazgos de otros tiempos para pasarlos a limpio. Las décadas han llevado a Churchill o Roosevelt a un inalcanzable Olimpo occidental pero MacMillan los retrata en toda su complejidad de defectos y virtudes, desde la depresión alcohólica del inglés (la anécdota del choque con Lady Astor en la cámara británica: «Míster Churchill está borracho»; «Usted es fea. Yo por la mañana estaré sobrio»), hasta los zarandeos del destino que a unos encumbraron y a otros arrojaron al olvido. Tal es el caso de Bismarck, que con su productivo cinismo, agradeció los esfuerzos diplomáticos que le llevaron a la batalla y luego a la consolidación alemana: «Se lo agradezco de corazón: es la guerra». Hace unos años, David Owen entregó «En el poder y en la enfermedad», un muestrario de las epidemias que asolan en despachos nobles y de los locos egregios que las conllevaron. Cabe preguntarse si alguno de los que gobernaron o gobiernan hubiera superado el psicotécnico del carnet de conducir.