Acoso sexual

Mercancía humana

La Razón
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«Es difícil imaginarse hasta qué extremo se puede corromper a la naturaleza humana». Lo escribió Fiódor Dostoievski en su Rusia natal, cuna de algunos corruptores de la raza humana, y la historia de la humanidad insiste en darle la razón una y otra vez, por los siglos de los siglos, sin que nadie parezca atreverse a escribir el amén.

Tratar a las personas como si fueran mercancía y jactarse de ello es más antiguo que la pana. Desde que el mundo es mundo existe esta malformación humana. Cosificar a las personas es propio de la naturaleza humana, no de toda, pero sí de algunos de sus funestos representantes. Y cuando la cosificación es de la mujer, adquiere visos de espectáculo dantesco y además en sesión continúa. Dos han sido los casos en las últimas horas. La venta de esclavas sexuales que Dáesh podría estar realizando a través de las redes sociales ofertándolas por 8.000 dólares y adjuntando por el mismo precio una guía de cómo golpearlas. El condicional es mera semántica periodística. El otro caso ha sido la violación de una joven brasileña de 17 años por 33 hombres –por llamarlos de alguna manera– en Brasil, donde cada 10 minutos se produce una violación. Y no contentos con semejante fechoría, la grabaron jactándose de la víctima y la difundieron en las redes sociales, lo que da buena cuenta no solo de la maldad de estas bestias sino de su imbecilidad supina. Muchos están pidiendo todo tipo de justicia para estos bárbaros, especialmente la divina, pero estaría bien que les dejaran un buen rato con sus madres, con sus hermanas o con sus hijas y les expliquen a ellas aquello de que lo hicieron porque la joven llevaba la ropa muy apretada y lo pedía a gritos. La sordera del monstruo es universal.

«No duele el útero sino el alma por existir personas tan crueles que quedan impunes. Gracias por el apoyo», ha reconocido la joven violada. Esa es la principal diferencia entre la víctima y los verdugos: la primera da las gracias, los segundos no saben ni pedir perdón, quizá porque saben que no existe clemencia para ellos.