Estados Unidos

Nixon II

La Razón
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La marmota augura seis semanas de nieve. Pero tranquilos. Volverá la primavera. Nadie sabe en cambio si el oso rubio, que quiere meterle fuego al Departamento de Estado y orina sobre las moquetas de la Casa Blanca, dará paso al deshielo. O si EE UU acabará arrodillado en las mazmorras de la era polar. Con el prestigio de las instituciones tatuado en la roca de la historia. Sin posibilidad de florecer. Arrasado, carbonizado, pulverizado, desintegrado gracias a la campaña de difamaciones de un vendedor de crecepelos, hijo dilecto de la posmodernidad, campeón de la idiocia, empeñado en salvar sus posaderas mediante la demolición de Washington DC. No puede interpretarse de otra forma el Informe Nunes. Un panfleto que omite cuestiones capitales del Rusiagate. Por ejemplo que el fulano al que espió el FBI, el mismo al que ahora presentan como esencial en la campaña del presidente, fue despachado en su día como un cero a la izquierda. Un turista político que apenas duró dos meses en el proceso electoral. Claro que entonces Carter Page acababa de dar un discurso impresentable en Moscú y hoy conviene transformarlo en fuente de toda contaminación y origen del escándalo que investiga Robert S. Mueller. Pero el contraespionaje estadounidense sospechaba de Page desde años antes. E indagaba las posibles conexiones entre varios hombres del círculo de Trump y los servicios secretos rusos desde que otro aventurero, también reclutado por la campaña, George Papadopoulos, le confesó entre copas y en Londres a un diplomático australiano que los rusos les habían facilitado información sucia de Hillary Clinton. Recuerden, la misteriosa Natalia Veselnitskaya también habría ofrecido trapos sucios de Hillary, en este caso a Trump Jr. Pero en fin, ahí tienen al actual presidente y sus cheerleaders. Convencidos de que no hay nada en el Rusiagate más allá del intento por descarrilarle, con unos órganos del Estado vendidos a la escoria partidista. La decapitación de Mueller la piden tipos como el congresista Jeff Duncan: «Deberíamos de mantener una conversación respecto a si merece la pena mantener la investigación de Mueller». O sea, igual que Nixon cuando trató que el fiscal general, Elliot Richardson, o su segundo, William Ruckelshaus, destituyeran al fiscal Archibald Cox, que indagaba en el Watergate. Se negaron y, encima, dimitieron. Fue el principio del fin de Nixon.