César Vidal

No, Alberto, no (I)

Veo con enorme desasosiego la reforma que pretende implantar el actual ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, en relación con declaraciones, acciones y publicaciones que, presuntamente, menosprecien el genocidio o tengan motivaciones antisemitas, raciales o contrarias a la condición sexual. La reforma impediría, por ejemplo, la venta de «Mein Kampf» y añadiría la destrucción de cualquier material de este tipo. Como base, se señalan precedentes como el Código Penal alemán y se hace referencia a no contradecir hechos probados por tribunales como el de Nüremberg. En apariencia, el legislador cree que con esta reforma que puede llevar a una persona a la cárcel por varios años, nuestra sociedad será una balsa de aceite y tolerancia. La realidad es que la nueva redacción del artículo 510 del Código Penal constituye un torpedo dirigido contra la línea de flotación de importantes libertades y un peligro para la democracia extraordinariamente grave. Dejemos las cosas claras desde el principio. En 1994, la publicación de mi libro «La revisión del Holocausto» –donde desenmascaraba a los que niegan la realidad de la Shoah– fue seguida por acciones de neonazis que no sólo me colocaron en su lista de objetivos sino que asaltaron librerías y pintaron el portal de mi domicilio con esvásticas. Jamás pensé que fuera necesaria una reforma de este tipo porque el Código Penal era más que suficiente para castigar sus acciones y la limitación de la libertad de expresión siempre es nefasta. Porque si, efectivamente, se aprueba, ¿arrancaremos los textos antisemitas de las obras de Quevedo? ¿Prohibiremos «La gitanilla» porque Cervantes tenía un pésimo concepto de la raza calé? ¿Quemaremos la Biblia porque en sus páginas –Levítico 18– se denomina «abominación» a conductas como el incesto, la zoofilia o la homosexualidad? ¿Cortaremos del Corán la Sura 9, de la espada donde se ordena combatir a los no-musulmanes o la 4 donde se dispone golpear a las esposas? ¿Arrojaremos al fuego las encíclicas papales en las que se condena el liberalismo o el marxismo? ¿Vedaremos la lectura de Balmes porque dedicó centenares de páginas a despotricar contra el protestantismo? ¿Expurgaremos del Talmud –¡como en la Edad Media!– los pasajes donde se critica acerbamente a Jesús y a su madre? Podría multiplicar los ejemplos, pero creo que éstos son suficientes para dejar de manifiesto la selva de conflictos y el delirio liberticida a que nos puede arrastrar la reforma del citado artículo. No, Alberto, no. Y de las razones y la falta de base, ya hablaré en otra ocasión.