Julián Redondo
Patatas
James se ha soliviantado y ha decidido echar un pulso a Rafa Benítez. Jugador y técnico han tenido sus desencuentros con argumentos favorables o discutibles en ambos casos. A James le han dicho que es el futuro del Real Madrid, o una porción importante del porvenir blanco, un valor en alza, y se lo ha creído de tanto repetírselo. Lo escucha en la calle y en los despachos. El enjabonado y la intervención de corifeos y turiferarios le ha situado en una posición de fuerza tal que antes de exigir una demarcación vitalicia se ha filtrado lo del aumento de sueldo.
Que Benítez se lleve entre regular y mal con Cristiano, que levita en otro planeta, es una cosa –está amortizado–; pero que uno de los pilares con más proyección, fútbol y talento de la plantilla se le rebrinque, eso sí que es un problema. Que tendría solución si sólo hubiera uno descontento; como hay más aristas en el vestuario, lo que tiene el entrenador entre las manos es una patata caliente. Pero que muy caliente. Así que o recurre al tacto o lo va a pagar. La diplomacia no es su especialidad y no le favorecen ni el juego del equipo ni los resultados, que suben y bajan en una montaña rusa sin control técnico.
Rafa asegura que no hay ningún problema con James, ¿qué va a decir? Lo contrario sería colocar la montaña rusa en la falla de San Andrés. El papel de los entrenadores cuando las cosas se tuercen termina por ser el del malo; aunque otros interpretan a las mil maravillas al villano en plena efervescencia de sus carreras, léase Luis Enrique.
El técnico azulgrana abomina de los premios individuales que le corresponden, como el que no recogió de laLiga al lado de su casa. «Es un tipo curioso. Está en continua somatización del berrinche», le define Karra Elejalde en As. ¿Otra patata? Sí, pero cocida.