José María Marco

Podemos hacerlo

La Razón
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La derrota de la CDU de Angela Merkel en Berlín es un asunto local o, como mucho nacional. La subida del partido de ultraderecha AfD (Alternativa para Alemania), aunque no alcance más allá del 14 por ciento y se quede en el quinto puesto en el Parlamento berlinés, es un asunto europeo. Un problema europeo, mejor dicho. Tendrá repercusiones en el conjunto de la Unión y en la forma en la que los europeos conciben la Unión en un momento de crisis como el que estamos viviendo.

El mal resultado del partido de Merkel y la subida de la extrema derecha se interpretan como una consecuencia de la política de puertas abiertas de Merkel con los refugiados de Oriente Medio. Merkel, tan realista y tan prudente, dejó ver ahí una faceta inesperada de su carácter, al menos para mucha gente: compasión, generosidad, disposición a ayudar. También era lo que pedía a su país y al conjunto de la Unión. Alemania dio una lección aceptando en un primer momento el reto que Merkel resumió en su slogan «Podemos hacerlo», referido a la integración de los refugiados y que apelaba a los principios de la Unión. El resto de los países europeos se mostró más reticente. Falló la voluntad de acoger a los refugiados.

Hoy incluso Merkel se ha distanciado de su slogan. La lección habrá valido la pena si a partir de ahora se insiste en una política europea basada en el control de las fronteras exteriores, el crecimiento económico y el reforzamiento de la identidad: la identidad nacional, y la cívica y cultural europea. Nada de esto es contrario a la globalización ni a la Unión. Al revés, constituye su garantía y la única base posible para su desarrollo. Aquí las tendencias nacional populistas y las de las izquierdas antiglobalización y antiliberales se refuerzan. La segunda alimenta los miedos y la nostalgia de la primera, y la primera empuja a los otros a reafirmarse en su política en contra del crecimiento. Deberíamos ser capaces de comprender que el reforzamiento de las naciones y de la Unión son la base de la convivencia y la prosperidad de Europa. Sin una política que aborde estos problemas, la representación seguirá fragmentándose, como se fragmentará la Unión. Será víctima de la nostalgia de la homogeneidad cultural y de la utopía de un mundo sin fronteras. Y, no se olvide, de la falta de crecimiento.