Nacionalismo

Quizás mañana ...

La Razón
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Quizás mañana todo acabe y, si no fuera por el susto que les han metido en el cuerpo, tal vez muchos desearán olvidarlo todo y acudir a la vieja sabiduría popular: por la paz un avemaría. Desde luego, entre ellos estarán los que nunca se lo creyeron –o sea, casi todos: políticos, periodistas, politólogos, observadores y público en general–; los que a última hora, porque no le habían dedicado el menor esfuerzo intelectual al asunto y no estaban preparados, se han apresurado a airear las falacias del nacionalismo rebuscando entre los papeles que, desde hace años, algunos escribimos; los que, en fin, se cayeron del guindo el día en el que, hace tan sólo unas semanas, el que dice llamarse «periódico global» publicó un adelanto de lo que luego se aprobaría como ley de transitoriedad y, desde entonces, han ido de sobresalto en sobresalto porque el afán de cada día era aún más inquietante que el del anterior. Son ellos los que, mientras desempolvaban sus decrépitas credenciales democráticas y, uno tras otro, iban admitiendo la inevitabilidad del empleo de todos los instrumentos del Estado, incluso a pesar de su dureza y su fuerza, albergaban en el fondo de su corazón la esperanza de que si se les diera algo, tal vez todo esto no pasara de ser más que una falsa alarma. Y todavía, a estas alturas, quedan impostores que, como los gerifaltes de las patronales catalana y española, pretenden sacarle tajada al tema invocando futuros privilegios para Cataluña y, sobre todo, para ellos mismos y sus empresas.

Quizás mañana los acontecimientos nos den la razón, tardía pero irrefutable, a los que como yo pasábamos por ser agoreros, exagerados, pesimistas, mal informados y repletos de fobia al nacionalismo. Una razón que señala que quienes predicaban la independencia iban muy en serio y había que hacerles caso, no para ceder a sus desmesuradas pretensiones, sino para prevenir adecuadamente sus estragos. Una razón que nos dice que había que haberle hecho caso a Stéfhane Dion –el dirigente canadiense– cuando aconsejó no «cortejar a los nacionalistas con suaves palabras» y «admitir en público que el adversario podría ganar».

Quizás mañana, en efecto, con un referéndum más o menos chapucero los independentistas catalanes logren establecer el fundamento político de su futura victoria. Ello no dependerá sólo de su fortaleza, sino también de la que oponga el Estado para impedirlo. Esta última no es cuestión únicamente de instrumentos jurídicos, de policías y guardias civiles desplazados al escenario de los acontecimientos, de fiscales y jueces diligentes, sino de voluntad política para preservar, por encima de todo, la unidad de España y con ella la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo entre sus ciudadanos. Ya no habrá medias tintas y quienes estén en la Constitución no podrán escudarse en el narcisismo de sus diferencias para obtener algún ventajismo político. A partir de mañana todo va a ser diferente. Confiemos en que la violencia no sea el precio a pagar en este embate.