María José Navarro

Rafa

La Razón
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«Haz el favor –me dijo la conciencia– de ponerte una mascarilla en ese pelo, que lo tienes como Ana Botella». Total, que le hice caso. Embadurné mi pajiza cabellera, la metí en una toalla en plan Carmen Miranda, y me senté a esperar sus efectos. Y puse la tele. Puse la tele justo en el instante en el que Rafa Nadal caía ante Fognini en la tercera ronda del US Open después de haber ganado los dos primeros sets. Por primera vez desde dos mil cuatro, Nadal cerrará el curso sin un llevarse un título de los grandes. Por primera vez desde dos mil cinco no ha sido capaz de superar la tercera ronda. Vale, de acuerdo, pero vamos a lo importante. ¿Cómo está Rafa, aparte de estupendo, que lo he visto yo en calzoncillos y la estampa es de pararte los pulsos? Porque aquí lo fundamental no son los títulos, aquí lo esencial es Rafa, es no verle sufrir. Y así ha sido desde siempre, cambiando de canal para evitar los últimos puntos de todos sus muchísimos triunfos, las manos en la cara, los paseos por la casa para evitar oír. Los nervios, la falta de apetito, el silencio. Y luego, a llorar. Siempre de alegría, pero sobre todo de emoción, de esa emoción de hermana mayor, lágrimas familiares por lo orgullosos que nos tiene el chiquillo. Ayer, cuando perdió, permaneció como siempre el orgullo, pero también las ganas de no verle sufrir. Y sin embargo, nació la obligación de acompañarle con la mirada en su entrada de vuelta al túnel de vestuarios, la necesidad de estar ahí mientras el regresa cabizbajo. Aquí estaré, aquí estaremos muchos. Hasta que tú quieras, Rafa.