Historia

César Vidal

Shanghai (I): jardines de Yu

La Razón
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Con sus más de veinte millones de habitantes, su Bund de bahía y rascacielos y su indescriptible variedad, Shanghai es, a día de hoy, el símbolo más acertado de la nueva China, la que camina con paso firme hacia la meta de convertirse en la primera potencia mundial. Dotada de una belleza especial nacida de la combinación de una modernidad neoyorkina con la conservación de todo el clasicismo chino, posiblemente pocos lugares resultarán tan paradigmáticos en su polimorfo dintorno como los jardines de Yu. Pertenecientes a un antiguo funcionario de la dinastía Ming, su interior es un ejemplo de armonía, una cualidad que casi resulta imposible encontrar en la Historia de España. A lo largo de los siglos, los habitantes han podido ser bravos y altivos, apasionados y brutales, descreídos y creyentes con el mismo fanatismo, pero jamás han perseguido la armonía. La nuestra es tierra de tormento y éxtasis por utilizar una conocida expresión, pero no de conciliación, sosiego o armonía. Basta con ver en lo que ha quedado el consenso de la transición o cómo anda Cataluña para percatarse de ello. Los jardines de Yu son un fiel testimonio de la persecución de esa armonía a lo largo de la Historia china a pesar de que los invasores –mongoles, europeos, japoneses– no hayan dejado de aparecer con la intención de depredar todo lo que se les ofrezca a la vista. Shanghai es, en buena medida, un producto de ese espíritu de conciliación armoniosa. Los grandes edificios de multinacionales prodigiosas se entrelazan amorosamente con pequeños comercios de té, seda y porcelana. Los elegantes restos del barrio francés están pespunteados de monumentos nacionales e incluso nacionalistas como el hogar de Sun yat-sen. Los colores rojos de la revolución comunista se yerguen más orgullosos que en ninguna parte del mundo sobre las torres de los bancos donde el capitalismo se quintaesencia. En medio de ese panorama, nada lesiona a lo opuesto; nada aparece menoscado; nada es borrado del mapa por lo contrario. Todo se conjunta, se enmarida, se realza, se abraza para dar un resultado que aquieta el malestar, que serena el corazón, que suaviza incluso el calor opresivo de este verano chino. No cuesta ver que no hay opuesto, por enconado que resulte, que China no pueda ahora fundir en colosal beneficio propio. Shanghai, histórica y tradicional, vanguardista y mercantil, es buena prueba de ello.