Luis del Val

Sueño e impostura

Creo recordar que es en un cuento de Hawthorne donde el personaje, que vive una existencia apacible, casado y con hijos, decide cambiar drásticamente de vida, y, sin despedirse de su familia, se traslada a otro lado de la ciudad, adquiere una identidad distinta, y jamás intentará encontrarse de nuevo, ni con su mujer, ni con sus hijos.

La historia me deslumbró, no por el deseo de intentar variar lo que parece el desenlace previsto de la propia biografía, sino por esa malvada fortaleza para destruir el pasado, como si fuera un papel entregado a la hoguera.

El ansia de vivir otras vidas es lo que nos incita a leer novelas, y ver películas, y asistir al teatro, porque nuestra curiosidad se recompensa, de forma incompleta, sí, pero también sin riesgos. Más aún, quienes escribimos historias inventadas lo hacemos también por ese deseo de exploración, que no creo que sea ancestral, sino más bien un producto de la complejidad de la cultura.

Soñar con ser otro es un deseo hasta cierto punto tan corriente como vulgar, pero cumplir ese sueño sin cambiar lo fundamental, es una sofisticación brillante, que requiere grandes dosis de imaginación y, ¿por qué no decirlo?, un cierto grado de sensibilidad para la fantasía. Y eso no significa ser César de Echagüe por la mañana y El Coyote por la noche, sino ser, a la vez, el de siempre y la mujer misteriosa que analiza con delicados encajes de ideas materias tan alejadas de las preocupaciones de los ciudadanos vulgares como los matices desconocidos del cine nigeriano. Creo que es el momento de editar las obras completas de este hombre que se fotografía con los césares y tiene vocación de contarles al oído lo que deberían hacer; que les propone aspectos pragmáticos desde el punto de vista económico, sin salir a la luz, y, luego, por entre las sombras, se vuelve otro, mejor dicho, otra, y con el nombre de Amy Martin aborda asuntos que el economista rechazaría por románticos. Pero cuando esa pluridimensionalidad se torna deslumbrante es cuando aparece otro personaje, llamado Zoe, que estuvo casada con el protagonista principal de la historia, y entonces la realidad, como tantas otras veces, supera a la fantasía de Hawthorne y nos encontramos, no ante una ruptura abrupta y definitiva, sino ante una connivencia llena de matices, por donde pululan tres personajes: el principal, la esposa que ya no lo es, y esa mujer de nombre inglés que viene a ser el hada madrina del cuento.

Porque todo esto es un cuento. Un cuento tejido con tres sombras, que nace de los deseos de la transmigración anímica y concluye ásperamente en un despertar de expulsión de una sociedad que no está preparada para entender el romanticismo de los anhelos más ocultos.

¡Lástima que en esta trama tan sugerente aparezca el dinero! La presencia del dinero ahuyenta emociones, dilapida fantasías y destruye la imaginación. El dinero devora al que lo emplea como excusa, y lo que podría haber sido la sugerente imagen de un soñador se nos convierte en el prototipo del impostor.