Julián Redondo

Tocado y hundido

O ha visto las orejas al lobo o ha sentido el aliento del FBI en el cogote o se le ha caído la cara de vergüenza por permanecer al frente de un organismo bajo sospecha. Joseph Blatter, por cualquiera de las razones esgrimidas, ha presentado su dimisión como presidente de FIFA sólo unos días después de celebrar su reelección con cantos de alegría que sonaban a falso, de tanta como era la euforia. Apariencias. Simuló que no pasaba nada, que era inmortal e intocable, limpio como una patena y puro como el aceite del olivo centenario.

A su alrededor, las piezas caían, los escándalos le acorralaban y él, Chiquito de la Calzada que se puso el fútbol por montera, miraba para otro lado, echaba balones fuera, como si aquí no pasara nada, declaraba su inocencia a los cuatro vientos y sacudía de las hombreras las briznas de una indecencia hace tiempo denunciada. Los acólitos defenderán su gestión, sus obras de caridad, su Mundial en Suráfrica y una caja de caudales repleta de millones de euros o dólares o francos suizos, y secretos inconfesables. Como un visionario, avanzaba un paso sobre la posteridad, encargaba a Michael García un informe sobre las barrabasadas de sus correligionarios y, con desfachatez indescifrable, guardaba en un cajón los 400 folios que ese antiguo fiscal estadounidense pobló de presuntos delitos como el soborno, la compra de voluntades, la apropiación indebida y el blanqueo.

Se plegó al oro de Moscú y, deslumbrado por los petrodólares, permitió la organización de un Mundial en el desierto. La tesorería, eso sí, rebosante de dinero, para desviar las miradas incómodas hasta que éstas taladraron el sistema. Blatter, tocado y hundido, anuncia su retirada acosado, quizá, por los cargos de conciencia.