Política

Fernando Rayón

Un gran discurso

La Razón
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Aparentemente no había ninguna novedad ni sorpresa. El Rey habló de lo que tenía que hablar. Del paro, de Cataluña y de la corrupción. De los problemas reales de España. Pero el tono era distinto: ágil, directo, incisivo... Tampoco se puede ser muy positivo cuando se habla del paro, del paro juvenil, o de la situación económica que viven tantas familias en nuestro país. Pero aludió a un futuro esperanzador, y también a los cambios que se empiezan a percibir.

Fue especialmente duro y contundente al referirse casi desde sus primeras palabras a la corrupción: «Debemos cortar de raíz y sin contemplaciones la corrupción». O cuando sentenció: «La honestidad de los servidores públicos es un pilar básico de nuestra convivencia en una España que todos queremos sana, limpia». Fueron varios párrafos pronunciados con intensidad y rotundidad. Los que pretendían referencias de última hora a Doña Cristina se quedaron sin ellas, pero sobraron alusiones pues la claridad de Felipe VI no dejó lugar para interpretaciones. Y no sólo hizo un diagnóstico sino que ofreció soluciones: «Es necesario —también y sobre todo— evitar que esas conductas echen raíces en nuestra sociedad y se puedan reproducir en el futuro. Los ciudadanos necesitan estar seguros de que el dinero público se administra para los fines legalmente previstos; que no existen tratos de favor por ocupar una responsabilidad pública; que desempeñar un cargo público no sea un medio para aprovecharse o enriquecerse; que no se empañe nuestro prestigio y buena imagen en el mundo». No aludió directamente a las medidas que se están tomando o anunciando, sino a las que habrá que tomar. Pero las cosas no se solucionan sólo con leyes, sino con algo mucho más profundo que fue el eje y la clave de su discurso. «El pasado mes de octubre afirmé en Asturias que necesitábamos referencias morales a las que admirar, principios éticos que reconocer, valores cívicos que preservar. Decía, entonces, que necesitábamos un gran impulso moral colectivo. Y quiero añadir ahora que necesitamos una profunda regeneración de nuestra vida colectiva. Y en esa tarea, la lucha contra la corrupción es un objetivo irrenunciable». Regeneración. Pero no una regeneración que nos impongan otros sino que obedezca a un impulso de todos. No creo que fuera un brindis al sol. Todos los españoles ven su necesidad, pero costará cambiar unas formas y actuaciones que se han instalado en la vida colectiva y personal. Sinceramente creo que arriesgó ahí mucho el Rey, pero quizá sólo él podía decir algo que, en ningún caso, los políticos pueden exigir.

Especialmente interesante fue el enfoque que dio a sus palabras sobre el desafío soberanista catalán: «No se trata sólo de economía o de intereses sino también y sobre todo, de sentimientos». ¡Ésa es la cuestión! En una noche en la que todas las familias se reúnen para vivir juntos una fiesta religiosa, las palabras, las primeras palabras navideñas del nuevo Rey, se dirigieron a esos españoles, a ese momento: «Millones de españoles llevan, llevamos, a Cataluña en el corazón. Como también para millones de catalanes los demás españoles forman parte de su propio ser. Por eso me duele y me preocupa que se puedan producir fracturas emocionales, desafectos o rechazos entre familias, amigos o ciudadanos. Nadie en la España de hoy es adversario de nadie». Sin duda ésa era la manera de acercarse a problema. Pero también hubo cuestiones de fondo que miraban más al futuro que a lo que ha ocurrido este año: «...lo que hace de España una nación con una fortaleza única, es la suma de nuestras diferencias que debemos comprender y respetar y que siempre nos deben acercar y nunca distanciar. Porque todo lo que hemos alcanzado juntos nace de la fuerza de la unión. Y la fuerza de esa unidad es la que nos permitirá llegar más lejos y mejor en un mundo que no acepta ni la debilidad ni la división de las sociedades, y que camina hacia una mayor integración. Los desencuentros no se resuelven con rupturas emocionales o sentimentales. Hagamos todos un esfuerzo leal y sincero, y reencontrémonos en lo que nunca deberíamos perder: los afectos mutuos y los sentimientos que compartimos. Respetemos la Constitución que es la garantía de una convivencia democrática, ordenada, en paz y libertad. Y sigamos construyendo todos juntos un proyecto que respete nuestra pluralidad y genere ilusión y confianza en el futuro». Y remachó: «Porque necesitamos, también, ilusión y confianza» Ésa fue la base de todo el discurso. Transmitir optimismo e ilusión. Incluso cuando se refirió a la situación económica: «No obstante, es un hecho —y muy positivo— que las principales magnitudes macroeconómicas están mejorando y que hemos recuperado el crecimiento económico y la creación de empleo». Tampoco es fácil ese punto de vista con la que está cayendo, como ahora se dice, ni tampoco a través de un texto cuyas formalidades no son fáciles de superar. Pero todos los grandes discursos han apelado siempre a no ver los nubarrones en el horizonte, sino a mostrar que tras ellos hay otro cielo; y por supuesto a que no son palabras para ser aceptadas, sino vividas por los que las escuchan. Lo intentó Don Felipe en todas las cuestiones a las que se refirió y quizá por eso, tras el «Gracias por escucharme esta noche y muchísimas felicidades en nombre de la Reina, de la Princesa de Asturias y de la Infanta Sofía. Feliz Navidad, Eguberri on, Bon Nadal, Boas Festas” me quedó la sensación de que el futuro no es un disparate porque algunos lo pretendan, sino la posibilidad de algo mejor si juntos nos empeñamos. Un gran primer discurso.