Restringido

¿Una mujer en la Moncloa?

La Razón
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Felicidades, Antonios y Antonias del mundo. Vengo contenta, aún bajo los efectos del virus del periodista nuevo. Hay brillo en sus ojos, hambre de oportunidades, ganas de vivirlo y contarlo, olvidados los relojes en la mano. Iba a explicarles el oficio pero qué va, me lo refrescan ellos, me recuerdan –sin verbalizarlo– que no solo no abulto la lista de parados, sino que ejerzo la profesión más fascinante. Mientras llega el momento de volver a veros y repostar ilusión, hoy mismo cambio el chip: deseando estoy que lleguen las diez de la noche para escudriñar a los candidatos a La Moncloa, Rajoy incluido. En las pausas publicitarias sonará el hit de la selección: inmenso Sergio Ramos a lo Juan Magán. La noche será perfecta y redonda si España golea antes a los checos. ¡La fiesta del fútbol y la Democracia! Oídme, jóvenes: puestos a soñar, ¿qué tal una mujer en La Moncloa?

Mi padre siempre decía –recuerdo simpático infantil, os vais a reír– que yo sería de mayor la primera mujer presidenta del Gobierno. No se lo reprocho, al contrario. Sus elevadas expectativas apuntalaban mi pequeña autoestima. Un día, por fin, abrió los ojos y vio a una hija jamás interesada en presidir siquiera una comunidad de vecinos, alma libre. Inesperadamente, él ha vuelto a manifestarse: «¡Mi nieto, presidente! Cómo entiende de política con solo 10 años, cómo se expresa». Y yo, influenciada por el tierno augurio del abuelo, he llevado al nieto, a mi hijo, al cine, a la peli de León de Aranoa. Ya lo sé, qué duro. Un poco por ver cómo respiraba.

-Mamá, demasiado pesada, habérmelo advertido antes, soy un niño y estos líos no me interesan.

-De acuerdo, pero... ¿qué te ha parecido?

-Luchan por el poder, parece que Errejón manda más que Iglesias. Anda, déjame tu móvil.

Conclusión primera: esta noche disfrutaré del debate con mi lúcido hijo. Conclusión segunda: descartado de momento el retoño para la alta política, empiezo a calibrar la posibilidad de que mi sobrina mejore el mundo desde La Moncloa y me descubro feliz acariciando la idea, idéntica al abuelo, al padre y al Espíritu Santo. Conclusión tercera: mientras espero el milagro de la española presidenta, decido mirar mejor a Hillary Clinton. Todavía bajo los efectos del virus del periodista nuevo resurge el brillo en mis ojos, hay ganas de vivirlo y contároslo.