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Iñaki Zaragüeta

Violencia e intolerancia

Me gustaría ver a todos esos violentos atacando, de la forma que lo hicieron el sábado en Madrid, a los policías de Estados Unidos, Alemania o Gran Bretaña, por citar a algunos países desarrollados y democráticos. No se irían tan «de rositas» como terminaron en la «Marcha por la Dignidad». La misma dignidad deberían recibir que las que les dan en Cuba a los discrepantes de Fidel Castro o en Venezuela a los opositores a Maduro, por citar a dos democracias que tanto añoran Willy Toledo, José Manuel Sánchez Gordillo o Diego Cañamero, animadores de la manifestación más violenta de la legislatura y defensores de quienes hirieron a los agentes.

Ahora, resulta que los culpables de los intolerables comportamientos son los guardianes de la seguridad ciudadana, no los bárbaros que arrasaron escaparates, se comportaron como vándalos y agredieron a los policías. Su tendenciosidad es ilimitada y su conducta responde más a un ataque visceral contra quien ostenta la representación popular emanada de las urnas que a objetivos democráticos. Así lo demuestran las protestas irracionales en la capital de España desde que Cristina Cifuentes fue designada delegada. Líbrennos Dios y los españoles que semejantes cafres intransigentes para quienes no piensan como ellos, puedan tener algún poder de gobierno.

¿En qué principio democrático se basan Willy Toledo y quienes le apoyan para proclamar «lo ideal sería sentarnos y no movernos de aquí hasta que el Gobierno dimita», refiriéndose a un Gobierno que obtuvo los votos de una mayoría de los ciudadanos? Si tan coherente fuera con sus postulados– «Cuba es la mejor democracia del mundo»– debería permanecer en La Habana. Pero no, viene a expresarse libremente, lo que su democracia no permite que hagan otros allí. Así es la vida.