
Eleuteria
Contradicción sobre los autónomos
Se limitan a repetir la consigna que en cada momento conviene al poder. Hoy toca aplaudir la desaparición del autónomo; mañana, volverán a llorar por la desaparición del pequeño comercio
El Gobierno socialista ha decidido volver a golpear a los trabajadores autónomos. Mientras anuncia una subida desorbitada de las cotizaciones sociales, nos hemos enterado de que el peso de los autónomos sobre el empleo total en España ha caído a su mínimo histórico. Alguien podría tratar de conectar causalmente ambos hechos: si el Estado encarece y dificulta la actividad de los autónomos, entonces habrá menores incentivos para ser autónomo.
Pero la izquierda ha buscado una explicación alternativa. Según su argumentario, las economías desarrolladas tienen pocos autónomos y mucho empleo asalariado estable: a mayor desarrollo, menor presencia de autónomos. Y sí, esta afirmación podría ser parcialmente cierta, pero solo si se entiende bien el sentido de la causalidad. Que haya menos autónomos es positivo si esos antiguos autónomos han encontrado trabajos asalariados mejores; no lo es si lo que ocurre es que el Estado los persigue y los arruina. Sería como decir que baja el número de inquilinos porque la gente compra vivienda… o porque ya no puede pagar el alquiler y vive en la calle.
Efectivamente, los países más ricos suelen tener menos autónomos, del mismo modo que tienen menos microempresas y más grandes corporaciones. A medida que una economía se desarrolla, la productividad de sus trabajadores crece, y esa productividad suele concentrarse en empresas capaces de aprovechar las economías de escala. El progreso económico, por tanto, tiende a reducir el número de autónomos en favor de estructuras más grandes y eficientes.
Ahora bien, aquí aparece la gran contradicción de la izquierda. Celebran que haya menos autónomos porque –dicen– eso significa más desarrollo y menos precariedad. Pero, simultáneamente, denuncian la «concentración del capital» en manos de grandes empresas o fondos internacionales y exigen castigarlos con más impuestos. ¿En qué quedamos? Si la concentración empresarial es síntoma de progreso, ¿por qué demonizar a quienes la encarnan? Si, en cambio, creen que esa concentración es socialmente regresiva, ¿por qué festejan su consecuencia estadística, la desaparición de los autónomos?
La respuesta es sencilla: no piensan por sí mismos. Se limitan a repetir la consigna que en cada momento conviene al poder. Hoy toca aplaudir la desaparición del autónomo; mañana, volverán a llorar por la desaparición del pequeño comercio. Todo depende de cuál sea en cada momento la agenda propagandística de su gobierno: en estos momentos, por ejemplo, toca justificar lo injustificable, a saber, el sablazo a los autónomos.
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